Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
Llegada a Portugal
El 28 de febrero de 2012 íbamos en coche por la carretera secundaria que parte de Puebla de Sanabria, en Zamora, en dirección a la ciudad portuguesa de Bragança, cuando de repente desapareció la carretera y nos encontramos sobre un suelo empedrado, entre casas de piedra recién salidas de la Edad Media. O de una película ambientada en la Edad Media. Eso sí, muy bien ambientada. Habíamos llegado a un callejón sin salida, y había que dar marcha atrás. Mi mujer se bajó del coche para ayudarme en la maniobra. Allí mismo, junto a una casa, había un anciano, que le preguntó dónde íbamos. "A Portugal", le contestó mi mujer. "Ya están en Portugal", respondió él.
Bragança
Llegamos por fin a Bragança y nos dirigimos a la ciudadela. O eso pretendíamos, porque la verdad es que dimos alguna que otra involuntaria vuelta por las grandes avenidas de la ciudad nueva antes de llegar allí. Aparcamos junto al castillo, y, en primer lugar, hicimos una visita a la iglesia de Santa Maria do Castelo, situada unos a unos pocos metros, con su pórtico barroco y sus paredes pintadas de blanco. Al lado de la iglesia está el Domus Municipalis, construido en piedra en el siglo XII como sede del ayuntamiento medieval de Bragança. Es una curiosa sala de juntas que, no haría falta decirlo, estuvimos curioseando. Se dice que es el único edificio civil medieval que se conserva íntegro en toda la península.
Luego entramos al castillo, cuya torre del homenaje es la sede del Museo Militar de Bragança. Se trata de una visita prescindible.
Y después tomamos la ruta de Chaves, guiados por nuestro navegador. O al menos eso creíamos. Porque la carretera estaba cortada por obras en mil y un puntos, y a cada paso el navegador pretendía que tomáramos un camino que estaba cerrado, y como no podíamos hacerlo tenía que calcular una nueva ruta, y... bueno, incluso llegó un momento en que nos dimos cuenta de que durante los últimos diez o quince minutos habíamos conducido en círculo. La hora de comer nos pilló en Mirandela, aunque si miras el mapa te darás cuenta de que para ir a Chaves no debíamos haber llegado tan al sur. Nos detuvimos en el centro comercial de Pingo Doce, y nos sumamos al puñado de comensales con aspecto de campesinos que estaban sentados a la mesa. Yo me tomé una hermosa chuleta de ternera, y mi mujer unos filetes de cerdo. Todo ello acompañado, al estilo portugués, de una gran fuente de patatas fritas, ensalada y arroz (para no hablar del pan y las aceitunas que nos sirvieron de entrada), regado por dos cervezas y rubricado con dos cafés. La comida nos salió por 15€. Viajar por Portugal tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas.
Chaves
Por fin llegamos a Chaves, que es una antigua ciudad termal. Habíamos reservado habitación para dos noches en el Hotel Forte de São Francisco, porque tiene su aquel eso de dormir en un antiguo fuerte portugués. Pero al llegar nos encontramos con que todo el hotel estaba invadido por un penetrante olor a disolvente para pintura. En especial el ala en la que nos habían dado la habitación, que, al parecer, era la que habían pintado más recientemente. Evidentemente, en esas condiciones el hotel no debería haber estado abierto al público. Pedimos que nos dieran otra habitación. La nueva habitación era peor, pero allí el olor era más soportable. No era cosa de desperdiciar buena parte de lo que nos quedaba de día en buscar otro hotel, así que nos quedamos en el Forte de São Francisco, pero comunicamos en recepción que sólo íbamos a pasar allí una noche.
En lo que nos quedaba de día nos dio tiempo a recorrer la bonita ciudad de Chaves de cabo a rabo, desde el fotogénico puente romano hasta las plazas de la República y de Camões, sin olvidar la torre del homenaje.
Cenamos en la Adega de Faustino, una bodega tradicional portuguesa de ambiente rústico y familiar, con buena cocina y precios moderados. Muy recomendable, salvo que te asusten cosas como el suelo empedrado y los hules en las mesas de madera.
Guimarães
Huyendo del olor a disolvente, cogimos el coche y tomamos el camino de Guimarães, considerada como la cuna de la nación portuguesa. Primero visitamos el castillo y recorrimos sus almenas. Luego pasamos por la pequeña iglesia románica de São Miguel do Castelo y terminamos recorriendo las amplias salas de Palacio Ducal o Paço dos Duques de Bragança. Dejando el coche aparcado frente al castillo, bajamos andando al centro histórico de la ciudad. Comimos al sol, en una terraza de la Praça de São Tiago.
Braga
Y por la tarde nos dio tiempo a ver Braga, la ciudad que reza (según dicen los portugueses). Por supuesto, empezamos por la catedral, que comenzó su historia siendo un templo románico y luego pasó a ser gótica, pero cuyo corazón es barroco. Y un tanto intransigente, diría yo. De la primera vez que visité Braga, hace ya muchos años, tantos que yo aún fumaba, lo que mejor recuerdo es la bronca que me echaron por encender un cigarrillo en el claustro de la catedral. Supongo que yo habría encendido cigarrillos en muchos otros claustros sin que me dijeran nada (distinto habría sido encenderlos en el interior del templo, falta de respeto que estoy seguro de no haber cometido nunca). Pero Braga era Braga. Pues bien... ¡Braga sigue siendo Braga! En la catedral no se puede hacer fotos, ni siquiera sin flash. Me lo advirtieron a la entrada. Vale. Luego, dentro del templo, me perseguían de forma evidente para vigilar que no las hiciera (era febrero y escaseaban los turistas; no sé cómo se las arreglarán en otras fechas para vigilar a todos los que visitan la catedral con una cámara colgada al cuello). Y eso ya era pasarse. Yo no hago (normalmente) fotos en lugares donde está prohibido, pero me mosquearon tanto que me escondí detrás de una columna para fotografiar la linterna del techo. ¡Os fastidiáis, que hice una foto! Y, sólo para que conste, la pongo como ilustración en este texto .
Después de ver la catedral, recorrimos la vieja Braga: la plaza del Ayuntamiento con la fuente del Pelícano, la placita dominada por la capela de São João do Souto y la capela dos Coimbras, la plaza de la República... y, por supuesto, la Torre de Menagem (del homenaje para nosotros).
Luego cogimos el coche para continuar viaje hasta Oporto, donde íbamos a hacer noche.
Oporto
El día 1 de marzo de 2012 bajamos desde nuestro hotel, en la zona norte de la ciudad, hasta el centro histórico. Dejamos el coche en un parking situado al lado del edificio neoclásico del Palacio de la Bolsa. A pocos minutos de allí está Cais de Ribeira, la zona del antiguo muelle a orillas del Duero. Hacia allí nos dirigimos. Pasamos ante la antigua Alfândega, casa natal de Enrique el Navegante (por lo que es conocida también como la Casa do Infante), y llegamos al bullicioso y soleado muelle, dominado por el emblemático puente Dom Luís I, construido por un discípulo de Eiffel.
Paseamos por el muelle, contemplamos el puente (que, con su gran arco de hierro, recuerda vagamente a la Torre Eiffel) y los pintorescos edificios de la zona. Enfrente, al otro lado del río, está Vila Nova de Gaia, y en ella, una al lado de otra, las bodegas de vino de Oporto.
Más tarde subimos, por estrechas y empinadas callejas, hasta la Sé, situada en un alto que ofrece vistas panorámicas de la ciudad. La catedral, faltaría más, es románica, gótica y barroca. A pocos metros de ella afloran las rocas del cerro en que está edificada, lo que no es muy frecuente en una ciudad.
Luego descendimos hacia la famosa estación de São Bento, una verdadera obra de arte de principios del siglo XX que sigue funcionando como estación ferroviaria, y continuamos paseando por la ciudad.
Comimos en un lujoso ristorante italiano. Creo que esa fue la comida más cara de este viaje a Portugal.
Después de comer, continuamos callejeando por Oporto. Cuando nos sentamos a tomar un café frente a la Igreja dos Clérigos, cuya torre es la más alta de Portugal, empezaron a caer unas gotas. Luego, cuando bajábamos hacia el aparcamiento situado junto al Palacio de la Bolsa, en el que habíamos dejado el coche, empezó a llover en serio. Nos refugiamos en un iglesia. Dejó de llover, y pudimos llegar sin problemas hasta el parking. Y todavía tuvimos tiempo para llegar a Vila Nova de Gaia con tiempo suficiente para contemplar desde allí cómo atardecía sobre Oporto.
Al día siguiente bajamos desde Oporto hasta el puente internacional sobre el Guadiana que desemboca en Ayamonte, por autopista, en 5 horas y media. Digan lo que digan, entrar en la UE le ha sentado bien a Portugal.
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Relato de un viaje a Portugal. |