diarios y relatos de viajes

Dos días en Atenas (diario de viaje)

Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS


Dos días no son tiempo suficiente para visitar Atenas, desde luego, pero nosotros ya la conocíamos. Regresábamos de Rodas y, como teníamos que hacer escala en el aeropuerto Eleftherios Venizelos, decidimos aprovechar la oportunidad y pasar un par de días disfrutando de la ciudad. Así pues, cuando en la tarde del 28 de febrero de 2007 aterrizó nuestro vuelo de Olympic Airlines, nos dirigimos a la estación del aeropuerto para tomar el metro que debía llevarnos hasta la plaza Syntagma, que es el corazón de Atenas.

El metro hace ese trayecto en menos de 40 minutos, pero tuvimos que esperar casi otro tanto hasta que el convoy se puso en marcha (parece ser que, al menos en esta época del año, sólo sale un convoy cada media hora; la información que teníamos era distinta, así que ahí queda el dato como aviso para navegantes).

La Acrópolis, vista desde la habitación 519 del Hotel Electra PalaceUn poco más tarde de lo previsto, pero felices de estar de nuevo en esta encantadora ciudad (hay quienes dicen que Atenas es una ciudad fea; creo que han visto una Atenas distinta de la que hemos visto nosotros), llegamos a la plaza Syntagma, bulliciosa como siempre. Desde allí, caminamos unos minutos hasta nuestro hotel, el Electra Palace, situado en la parte baja del barrio de Plaka. Como sólo íbamos a estar dos días, habíamos decidido tirar la casa por la ventana, y teníamos reservada una habitación con vistas a la Acrópolis. El hotel es bonito y confortable, aunque no barato. El sobreprecio por las vistas merece la pena si la  estancia va a ser de uno o dos días. Para una estancia más prolongada, las vistas son aptas sólo para presupuestos millonarios.

Pese al retraso, tuvimos tiempo de salir a la calle antes de que anocheciera. Caminamos por Plaka hasta llegar a la plaza Mitropoleos, en la que se encuentra la catedral ortodoxa, llamada Megáli Mitrópoli, pero también la pequeña metrópoli o Mikrí Mitrópoli, una diminuta y encantadora iglesia bizantina del siglo XII. Luego continuamos hasta la iglesia de Kapnikarea, cuyo origen se remonta al siglo XI, y que sigue mostrándose hermosa pese a que la contaminación la ha ennegrecido y parece pedir a gritos una limpieza. Nuestro siguiente objetivo era el Ágora y, más en concreto, la Torre de los Vientos. El recinto, por supuesto, ya estaba cerrado, pero pudimos contemplarla y fotografiarla a nuestras anchas desde detrás de la verja. A continuación seguimos caminando hacia Monastiraki (el antiguo barrio turco). A pesar de que a esa hora hacía ya frío, las calles y las terrazas de los bares estaban llenas de gente. Y no es de extrañar, porque es realmente una maravilla pasear por esas calles bulliciosas que bordean el Ágora,o sentarse en un terraza  contemplando el Teseion, con la cercana Acrópolis elevándose casi 100 metros por encima de nuestras cabezas. Terminamos el paseo, que se había convertido ya en un paseo nocturno, recorriendo el último tramo de la calle Ermou, el que bordea el antiguo cementerio de Keramikós. Después, volvimos hacia Plaka y, en su parte alta (a los pies de la Acrópolis), cenamos en un bonito y agradable restaurante que tenía un gran fuego de leña en la chimenea del comedor, no sin antes haber tenido que sortear a unos cuantos personajes que se empeñaban en contarnos las maravillas de sus respectivos establecimientos (que si especialidades típicas, que si música en directo...). Nuestro restaurante, se llenó, y eso que estábamos a mitad de semana. La mayoría de los clientes eran griegos.

Monastiraki al caer la tardeEl día siguiente recorrimos de nuevo Plaka y subimos a la Acrópolis. Pudimos contemplar el Erecteion y el Partenón sin agobios: ventajas de viajar en temporada baja. También visitamos el Museo de la Acrópolis, donde pueden verse, protegidas por un cristal, cuatro de las seis cariátides originales del Erecteion (las que hay en el templo son copias).

Luego recorrimos el Ágora antigua hasta el Teseion o templo de Teseo, el mejor conservado de Atenas y uno de los templos griegos mejor conservados del mundo. Se trata de un templo dórico del siglo V a.C., construido sobre una loma que domina el ágora. Fue transformado en iglesia cristiana en la época bizantina. Quizá se deba a eso su conservación.

Salimos del Ágora y continuamos hasta Keramikós. Paseamos entre las tumbas del antiguo cementerio, adornadas con estatuas y estelas, hasta que llegó la hora de cerrar (las dos de la tarde) y nos echaron sin muchas contemplaciones.

Después de comer algo en la plaza de Monastiraki, visitamos el Ágora romana, y pudimos acercarnos a la Torre de los Vientos o Aérides hasta tocarla con la mano. Se trata de un edificio octogonal del siglo I a.C. que servía de soporte a un reloj hidráulico y que muestra, en cada una de sus ocho caras, un personaje alado. Estos personajes simbolizan los ocho vientos dominantes en Atenas: de ahí el nombre de la torre.

Más tarde, después de haber descansado en el hotel, iniciamos nuestro recorrido por la ciudad moderna. Bajamos a la plaza Syntagma, en la que se encuentra el antiguo palacio real, convertido luego en Parlamento. También se encuentra allí el famoso hotel Grande Bretagne, en el que nos alojamos en nuestra anterior visita a Atenas (¿a quién no le ha apetecido alguna vez alojarse en un hotel que forma parte de la historia de un país?). Luego caminamos por la avenida de la Universidad (Panepistimio) en la que destacan los grandes edificios neoclásicos del siglo XIX: la Academia, la Universidad y la Biblioteca Nacional. Estos edificios resultan impresionantes (particularmente con la iluminación nocturna). Llegamos a la plaza Omonia, y desde allí regresamos en dirección a nuestro hotel.

El siguiente día debía ser el de nuestra partida. Dedicamos la mañana a recorrer Plaka, Monastiraki y la calle Ermou para despedirnos de la ciudad y, de paso, hacer algunas compras. Terminamos la mañana comiendo algo en una terraza de la plaza Mitropoleos, sentados frente a la Megáli Mitrópoli y la Mikrí Mitrópoli, y corrimos al hotel para recoger el equipaje y pedir un taxi para ir al aeropuerto (en el hotel nos habían asegurado que, pese a los problemas de tráfico, era más rápido el taxi que el metro).

En todo viaje tiene que haber algún problema (¿en qué se quedaría, si no, la aventura de viajar?) y, hasta ese momento, no habíamos tenido ninguno. Así que los dioses movieron los hilos para que Iberia, después de tenernos un par de horas en la puerta de embarque sin darnos explicaciones (lo que hizo perder los nervios a más de uno de los frustrados pasajeros), cancelara finalmente nuestro vuelo. A la mañana siguiente, después de haber dormido algunas horas en el Sofitel que hay en el mismo aeropuerto, pudimos embarcar finalmente rumbo a España.

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