diarios y relatos de viajes

Croacia en coche de alquiler (diario de viaje)

Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS


En la mañana del 25 de Febrero de 2006 volamos hacia Madrid para continuar viaje hasta Zagreb. Nuestro avión, de la compañía Lufthansa, sale con una hora de retraso: nos dicen por megafonía que, al ir a despegar, se han dado cuenta de que no funciona el altoparlante (sic) del piloto, y van a cambiarlo por el del copiloto. A consecuencia del retraso perdemos el enlace en Munich, llegamos a Zagreb a las tantas y tenemos que coger un taxi para ir al hotel (la oficina de Hertz en el aeropuerto, en la que nos esperaba nuestro coche alquilado, está ya cerrada). Así que al día siguiente tenemos que volver, de nuevo en taxi, al aeropuerto a recoger el coche.

Zagreb

Zagreb, Croacia (foto: FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS)Regresamos en nuestro flamante Seat Ibiza al centro de Zagreb. Es domingo. Un policía está a punto de ponernos una multa por conducir por una calle peatonal. Aparcamos el vehículo y subimos hasta la catedral. Luego, entramos en Gradec (histórica población medieval que, al fusionarse con Kaptol, dio lugar a la actual Zagreb) por la antigua puerta de piedra, que es un curioso lugar de culto (durante el viaje íbamos a tener sobradas ocasiones de comprobar el catolicismo militante -nunca mejor dicho- de los croatas). Pasamos por delante del Sabor, el parlamento croata, y del palacio del Ban, sede de la Presidencia de la República, sorprendentemente modestos.

Rijeka

Salimos de Zagreb y hacemos un alto en Karlovac, un pueblo de calles geométricas con edificios barrocos sin demasiado interés. Más adelante nos adentramos en un paisaje nevado. Comemos en un área de servicio de la autopista, en medio de la nieve. Llegamos a Rijeka, junto al Adriático, pero pasamos de largo para asomarnos a la península de Istria, la zona más cercana a Italia. No hay tiempo para alejarnos mucho (nuestro hotel está en Rijeka), así que tenemos que conformarnos con pasear por el puerto pesquero de Volosko y llegar hasta Opatija. Volvemos a Rijeka. La ciudad está colapsada por el carnaval, y tardamos bastante tiempo en llegar al Hotel Bonavia, que está en pleno centro.

Poco tiempo después estamos caminando por el centro de la ciudad, en el que está teniendo lugar el desfile del carnaval. Hay mucha gente disfrazada, en un ambiente festivo que el frío no desluce. Acaba el desfile y los jóvenes siguen la fiesta. Nos acostamos oyendo una orquesta que toca la bamba a 100 metros del hotel.

Camino de Split

Cuando nos despertamos, al día siguiente, estaba nevando. Nuestro hotel de esa noche estaba en Split, así que tomamos el camino del sur, bordeando el Adriático. Cada vez hacía más frío. Como nos esperaba un largo camino, dejamos la carretera de la costa para tomar la autopista.

En los Balcanes, como en tantos otros sitios, religión y política van de la mano. Esta fachada de Zadar podría ser el símbolo del país: la imagen religiosa y a su lado, en la ventana de la derecha, la fotografía del "héroe" nacional y criminal de guerra Ante Gotovina (foto: FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS) Ese fue nuestro error.

Porque entre la carretera de la costa y la autopista que va al sur hay un trecho considerable de carretera de montaña. Seguía nevando. La carretera se ponía cada vez más difícil: había que conducir por las rodadas que habían dejado en la nieve los vehículos que habían pasado antes. La temperatura exterior descendió hasta -15º, y en algunos momentos temimos no poder continuar. Pero, por fin, llegamos a la autopista, que estaba sembrada de sal y limpia de nieve.

A partir de ese momento, todo fue coser y cantar. Pronto llegamos a Zadar. Aparcamos el coche junto a una de las puertas de acceso al recinto amurallado, atravesamos la puerta... y nos encontramos en una hermosa ciudad medieval de la que no teníamos noticias. Eso es lo más bonito de viajar: encontrarte con lo inesperado. Habíamos parado en Zadar buscando una iglesia primitiva de planta circular (la encontramos, aunque no pudimos entrar en ella), y hallamos toda una ciudad que admirar, con una bonita catedral y un foro romano.

Y también nos topamos con las pintadas y los carteles proclamando héroe (heroj) al ex general croata y presunto criminal de guerra Ante Gotovina, recientemente detenido en Tenerife. Nos topamos, pues, con la guerra de la ex Yugoslavia. Nos topamos con los Balcanes, con los nacionalismos y las guerras de religión. La imagen del ex general iba a acompañarnos a partir de ese momento en nuestro recorrido por Dalmacia.

Nuestra siguiente parada fue Sibenik. Allí buscábamos la catedral de Santiago, que la guía Lonely Planet define como la maravilla de la costa dálmata. Cuando llegamos a la Sibenik estaba anocheciendo. Y de nuevo nos sorprendió encontrarnos en una preciosa ciudad que parecía recién salida de la Edad Media. Quizá de día tenga otro aspecto, pero de noche (en una noche de invierno sin turistas por las calles) Sibenik es encantadora. Por cierto, también merece la pena visitar su catedral.

Continuamos nuestra ruta hacia Split, pero dimos un rodeo para pasar por Trogir. Cuando llegamos, llovía y hacía un fuerte viento, así que decidimos posponer la visita para el día siguiente.

Split

Nuestro hotel de Split, el Globo, que sin duda ha conocido tiempos mejores, está muy bien situado, a un corto paseo del palacio de Diocleciano. Así que, a la mañana siguiente, emprendimos a pie el camino hacia aquel. Aunque ya estábamos advertidos, no dejó de sorprendernos ver los muros del palacio coronados por antenas de televisión: es que el recinto está integrado desde siempre en la ciudad, habitado, el mausoleo del emperador convertido en catedral, los sótanos parcialmente ocupados por tenderetes donde se venden souvenirs y artículos diversos.

Recorrimos las calles interiores, visitamos la catedral. Un norteafricano (adelantado de la inmigración en Croacia, supongo) nos vendió los tickets para acceder a las salas vacías del sótano. Salimos del palacio por el lado que da al mar. Desde allí tenía un sorprendente aspecto, bañado por el sol, con sus columnas romanas y ropa tendida en las ventanas.

Luego, cogimos el coche para volver a Trogir, que es otra bonita ciudad medieval, pero más turística que Zadar o Sibenik, lo que le da un cierto aire de decorado. Al menos, esa fue mi impresión, quizá inducida por las diversas obras que estaban llevándose a cabo en ese momento.

Dubrovnik

Carnaval en la plaza Luza de Dubrovnik, Croacia (foto: FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS)El camino hasta Dubrovnik es largo. Comemos en el paseo marítimo de Makarska, mientras los habitantes de esta localidad turística celebran el carnaval.

Reanudamos nuestro camino. Atravesamos la frontera bosnia (hay que hacerlo forzosamente, porque el territorio croata está interrumpido por la pequeña salida al mar de Bosnia Herzegovina) sin tener siquiera que mostrar el pasaporte. De la misma forma entramos de nuevo en Croacia. El sol va tiñendo de tonos rojizos las innumerables islas de la costa dálmata. Es ya de noche cuando llegamos a Dubrovnik.

Nuestro hotel, el Argentina, no está lejos del recinto amurallado. Después de inscribirnos, caminamos hacia allí con la sana intención de cenar y volver al hotel a descansar. Pero de nuevo nos encontramos con el carnaval. La mayoría de los jóvenes con los que nos cruzamos (y muchos no tan jóvenes) visten elaborados disfraces y máscaras. Atravesamos las puertas de la ciudad en la fría noche rodeados de monstruos y, siguiendo el camino que ellos nos marcan, llegamos a la plaza Luza, la principal de la ciudad medieval de Dubrovnik. Allí hay un estrado en el que actúa una especie de comparsa, y una multitud de espectadores se parten de risa con el espectáculo. Sólo nosotros no reímos (porque, por supuesto, no entendemos ni media palabra), así que pronto decidimos cambiar de aires y adentrarnos en la ciudad para buscar un restaurante. Cenamos, muy bien por cierto, en el restaurante Domino. Cuando, a la vuelta, pasamos nuevamente por la plaza Luza, el espectáculo ha terminado. De nuevo entre monstruos, abandonamos el recinto amurallado y nos encaminamos hacia el hotel. Ha sido un día agotador.

Al día siguiente, algo repuestos, salimos dispuestos a recorrer Dubrovnik, de la que, ahorrando calificativos, sólo diré que es una de las ciudades más bonitas que conozco. Nos dirigimos a la plaza Luza y entramos en el palacio Sponza, en el que se ha habilitado la sala de los defensores de Dubrovnik, con imágenes de la ciudad durante el bombardeo serbio de 1991 y fotografías de los croatas muertos en ese episodio de la última guerra de los Balcanes.

Luego bajamos Placa -la famosísima calle central de Dubrovnik con pavimento de mármol- y vemos el claustro y el museo del monasterio franciscano. A continuación visitamos la sinagoga sefardí y el claustro del monasterio dominico y callejeamos por la ciudad. Comemos en un restaurante pequeño y barato a cuyo cargo están varias señoras entradas en años con la característica común de parecer guardianas de un campo de concentración (rasgo que compartían con las camareras de un café situado al comienzo de Placa en el que tomamos un rico espresso y descansamos un buen rato contemplando las palomas, viendo pasar la gente y empapándonos de Dubrovnik).

Plitvice

Al día siguiente nos levantamos muy temprano para viajar hasta el Parque Nacional de Plitvice. Desandamos, en dirección Norte, el camino que habíamos recorrido dos días antes. Atravesamos, nuevamente sin detenernos, la frontera bosnia y, después de muchos kilómetros de autopista, nos adentramos en la región de la Krajina (la frontera).

Allí es donde empezó la guerra en 1991, cuando, al declarar la católica Croacia su independencia de Yugoslavia, los habitantes serbios (es decir, de religión cristiana ortodoxa) de la zona se negaron a secundar la secesión y, apoyados por el ejército federal yugoslavo, se independizaron de Croacia proclamando la República Serbia de Krajina. Tras cuatro años de luchas esporádicas, el gobierno croata logró desalojar a las fuerzas serbias de la Krajina, pero esto conllevó el éxodo de la mayoría de la población serbia. Todavía se ven en la zona muchas casas vacías, semidestruidas, testigos mudos de la tragedia. También se ven muchas casas en proceso de reconstrucción, lo que probablemente no quiera decir que han vuelto sus antiguos propietarios, sino que han sido ocupadas por croatas llegados de otras partes de la antigua Yugoslavia.

Llegamos al hotel Jezero a primera hora de la tarde. Aparcamos cerca de la puerta, junto a la nieve amontonada. NosLa gatita de las nieves, Plitvice (foto: FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS) instalamos. Luego preguntamos en recepción y nos dijeron que el Parque no estaba ya abierto, que teníamos que esperar hasta el día siguiente. Así que nos fuimos a pasear en medio de la nieve, buscando el gran lago que, por lo que sabíamos, no debía estar lejos del hotel.

No tardamos mucho en encontrarlo. Estaba congelado, los barcos atrapados en el hielo. Al verlo, perdimos la esperanza de poder hacer, al día siguiente, el recorrido por el Parque en autobús y barco que anuncian las guías turísticas. De todas formas, el espectáculo del lago helado y el bosque nevado, en la más absoluta soledad (salvo por la presencia una gatita que salió de uno de los barcos y nos acompañó durante el camino de regreso al hotel), merecía sobradamente el esfuerzo de haber llegado hasta allí.

A la mañana siguiente dejamos el hotel y fuimos hasta la entrada principal del Parque, que da acceso a la zona visitable, un conjunto de lagos que están a diferente altitud y se comunican por cataratas y cascadas (después de mucho caminar, aguas arriba, se llegaría al gran lago cercano al hotel Jezero en el que habíamos estado el día anterior). El empleado de la taquilla nos advirtió que sólo había una ruta abierta en la nieve para ver el cañón. Efectivamente, no pudimos bajar hasta los lagos. Había demasiada nieve en los senderos, y tuvimos que conformarnos con contemplar el panorama desde arriba. Fuimos los primeros (y creo que casi los únicos) visitantes que ese día entraron en el Parque.

Samobor

Samobor: ¿Se iba sin pagar? (foto: FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS>)Era nuestro último día en Croacia. Esa noche debíamos dormir en Zagreb, para tomar en la madrugada el vuelo de regreso. Teníamos tiempo de sobra, así que decidimos acercarnos a Samobor, en el Norte, junto a la frontera con Eslovenia. No habíamos tomado la ruta principal, y entramos en Samobor por una zona montañosa, de población dispersa, con cuestas muy pronunciadas en las que sólo la anchura de un coche estaba limpia de nieve. En algún momento dudé antes de lanzar el Seat Ibiza por una cuesta abajo que daba vértigo, pero pensé: "si esta carretera está aquí es porque ellos la bajan; así que, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo?". Y, aunque todavía no sé como, los neumáticos del coche se agarraron a la carretera, y salimos del aprieto sin más problema que algún ligero derrape.

Después de hacer bastantes kilómetros por ese camino entramos en el pintoresco centro de Samobor, atravesado por un río. Tomamos unas pizzas antes de dar un paseo por el pueblo. Luego continuamos viaje hasta Zagreb, dejamos el coche en el parking del hotel Westin y caminamos hasta el centro comercial de la ciudad para hacer algunas compras.

A las 3,30 de la madrugada, habiendo dormido poco y sin desayunar (no hubo forma de que en el Westin nos dieran algún tipo de desayuno a esa hora) partimos hacia el aeropuerto, al que, gracias al empleado de una gasolinera y a unos jóvenes en estado de ebriedad, llegamos sin dar más rodeos de los necesarios.

Tomamos un avión hasta Frankfurt, cuyo aeropuerto es un verdadero caos. El vuelo de Lufthansa que iba a llevarnos de allí a Málaga salió, también esta vez, con retraso. La comida que nos dieron a bordo era de una calidad ínfima pero, no sé si para compensarnos, nos permitieron repetir la bebida. No cabe duda de que Alemania está en crisis.

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