diarios y relatos de viajes

Cuatro días en Jerusalén

Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS


Hacía mucho, mucho tiempo que teníamos ganas de viajar a Jerusalén, pero siempre lo aplazábamos, en espera de que el conflicto palestino-israelí entrara en vías de solución. Finalmente, cansados de esperar, decidimos hacer el viaje en las Navidades de 2008, con lo que, una vez más, demostramos una magnífica puntería: el comienzo del ataque israelí sobre Gaza nos iba a pillar, justamente, en Jerusalén.

Mea Shearim

Jerusalén, IsraelCuando aterrizamos en el aeropuerto de Tel Aviv el 24 de Diciembre de 2008, ya era de noche. No íbamos a dormir en la ciudad, y continuamos viaje por carretera hasta Jerusalén. En menos de una hora estábamos en la capital. De camino a nuestro hotel pasamos por el barrio ultraortodoxo de Mea Shearim, donde tomamos por primera vez contacto (visual) con la realidad del país. Las calles de Mea Shearim están ocupadas por una interminable sucesión de fanáticos, vestidos con ropas negras que nos retrotraen a siglos pasados y adornados con barbas y largos tirabuzones a ambos lados de la cara. Es un hecho conocido, pero impresiona verlo.

Nuestro hotel era el Moriah Classic, ex Novotel muy bien situado a un paseo de la Puerta de Damasco (por la que se accede al barrio árabe de la Ciudad Vieja). Es un hotel grande y moderno... pero sucio, muy sucio, tanto que las suelas de los zapatos se te quedan pegadas al suelo al caminar (ya sé que no todo el mundo lo creerá; la suciedad del Moriah es inimaginable en otras latitudes). Suciedad aparte, el hotel tiene otro inconveniente: la insuficiente climatización. En Jerusalén, situada a una altitud de más de 800 metros, los inviernos son fríos. Nuestra habitación, en la última planta, estaba helada, y no había forma de calentarla. Ignoro si en otras plantas funcionaba mejor el sistema de aire acondicionado, pero lo cierto es que también en el vestíbulo y en el restaurante del hotel hacía frío.

La Ciudad Vieja

Después de cenar, salimos a la calle y, caminando bajo la lluvia a lo largo de Nablus Road, llegamos a la Puerta de Damasco, por la que, siglos atrás, accedían a Jerusalén los viajeros procedentes del norte. Entramos en la Ciudad Vieja y avanzamos por sus estrechas calles, siempre en dirección sur. La Ciudad Vieja de Jerusalén, rodeada por las murallas que en el siglo XVI ordenó construir Solimán el Magnífico, es, ante todo, una ciudad muy viva. No tiene nada que ver con los cascos históricos de otras ciudades antiguas, restaurados y conservados exclusivamente para el turismo. Tampoco se parece a ninguna otra ciudad que yo haya visto o de la que tenga noticias. Es como una gran olla en la que, a lo largo de los siglos, los árabes, los cruzados, los otomanos, los cristianos de distintas confesiones, los judíos, etc., han ido dejando sus aportaciones (muros, arcos, edificios...), que se han mezclado pero siguen siendo individualmente identificables en el guiso que podemos saborear en la actualidad. Todas las culturas del viejo mundo están presentes en Jerusalén; juntas, pero no revueltas. De hecho, como es bien sabido, la Ciudad Vieja está dividida en cuatro barrios: el árabe, el cristiano, el judío y el armenio.

Nuestro paseo nocturno terminó ante el Muro de las Lamentaciones, al que sólo se accede después de pasar un control policial (que incluye scanner, arco detector de metales, etc.). Definitivamente, el Muro hay que visitarlo de noche, cuando no hay casi turistas y la mayor parte de los presentes son judíos ultraortodoxos que, vestidos con sus levitas negras y sus sombreros, rezan moviendo el cuerpo rítmicamente hacia adelante y hacia atrás. Las mujeres tienen asignada una pequeña zona en el lado derecho, separada de la de los hombres por una valla.

El Monte de los Olivos

25-12-2008. Sigue lloviendo. Después de desayunar caminamos de nuevo hasta la Puerta de Damasco, entramos en la Ciudad Vieja y, poco después, giramos a la izquierda por la Vía Dolorosa para salir por la Puerta de los Leones (Bab Sitti Mariam para los palestinos). En la puerta, por la que se accede a la Ciudad Vieja desde los barrios extramuros musulmanes de Jerusalén Este, puede observarse un gran despliegue policial. Lo que no resulta raro, porque los policías, equipados con armas de guerra, son en Jerusalén un elemento más del paisaje urbano. La Puerta de los Leones da al Monte de los Olivos. A la derecha queda el Valle de Josafat (ocupado por las tumbas de los judíos que esperan, en primera fila -porque justamente allí van a tener lugar esos acontecimientos-, la llegada del Mesías y el Juicio Final). El Mesías, de acuerdo con las profecías, entrará en Jerusalén por la Puerta Dorada, que está frente a las tumbas (es la que sigue a la de los Leones). Aunque existen tres problemas: la Puerta Dorada está actualmente tapiada, ante ella hay un cementerio musulmán... y tras ella está la Explanada de las Mezquitas. Pero seguro que los judíos han solucionado los tres problemas antes de que el Mesías decida hacer su aparición.

La Explanada de las Mezquitas

Más tarde, buscando el acceso a la Explanada de las Mezquitas, volvemos a entrar en la ciudad por la Puerta de los Leones y bajamos hasta el Muro de las Lamentaciones. En el control de acceso, unas mujeres de rasgos orientales nos preguntan si por allí se va al rising wall, que vendría a ser algo así como el muro creciente (puede que no quisieran decir eso, pero es lo que yo entendí). Por supuesto, les contesto que sí. Luego, muy educadamente, felicitan las Navidades al policía de la metralleta, que no parece tomárselo a mal. Una vez pasado el control, no nos detenemos frente al Muro, sino que continuamos hasta colocarnos en la larga cola formada ante el control de acceso al puente que lleva a la Explanada de las Mezquitas. Pasar un control detrás de otro, ese es el peaje que tiene que pagar el viajero en Jerusalén. Tras una interminable espera, pisamos por fin la Explanada, el lugar más sagrado del mundo para los judíos y uno de los más sagrados para los musulmanes. Pero no tenemos tiempo para disfrutar del momento, porque se acerca la hora de la oración. Pocos minutos después nos obligan a marcharnos.

JerusalénAl salir de la Explanada decidimos seguir visitando lugares sagrados y nos dirigimos al Santo Sepulcro. Subimos al Calvario (en la primera planta), pero no hacemos la cola para entrar en el templete que alberga el sepulcro propiamente dicho (en la planta baja), porque tenemos programada una visita a la basílica para dentro de un par de días. Luego, comemos algo en un bar del barrio judío (no es fácil encontrar un sitio para comer en Jerusalén; no abundan precisamente los restaurantes) y bajamos, por la calle que sigue el trazado del antiguo cardo romano, hasta la muralla sur. Desde allí contemplamos de nuevo el Valle de Josafat, vemos el Muro desde las alturas del barrio judío... Es una pena que, en invierno, los días sean tan cortos.

Alrededores de Jerusalén

26-12-2008. Salimos en autobús hacia la iglesia de la Natividad de San Juan Bautista, decorada con azulejos y cuadros del barroco español. Entramos en la sacristía (donde se exponen algunos de los cuadros), pero poco tiempo después somos expulsados, sin muchos miramientos, por un fraile franciscano. Estamos acostumbrándonos a ser expulsados (por los musulmanes, por los cristianos...; los judíos son los únicos que, por el momento, no nos han echado de ningún sitio). Luego, subimos a pie una empinada cuesta (estamos en un paraje montañoso) hasta la Iglesia de la Visitación.

Después, en el autobús, viajamos hasta el Museo del Holocausto, encerrado en un Toblerone gigante (no pretendo ser irrespetuoso; así es como se le llama en Jerusalén al Museo: el Toblerone). El Museo, integrado por una serie de salas en las que el visitante es sometido a una sobredosis de información visual y auditiva (fotos, películas, objetos) probablemente impresione bastante a quien no sepa de antemano de qué va la cosa. A mí, sin embargo, me impresionó mucho más la Sinagoga Pinkas, en Praga, cuyas paredes están cubiertas con los nombres y los datos personales de 80.000 judíos checos asesinados por los nazis. O Auschwitz.

Belén y el Muro de Cisjordania

Por la tarde toca ir a Belén, localidad del área metropolitana de Jerusalén que, sin embargo, pertenece a Cisjordania y está bajo el control de la Autoridad Palestina. Pronto vemos el Muro de Cisjordania, levantado por Israel para aislar los territorios palestinos. En esta zona, se trata de un verdadero muro de hormigón prefabricado. Bordeamos el muro hasta llegar al punto donde está situado el control de acceso. La cola de vehículos que esperan para entrar en el territorio cisjordano no es muy larga, pero no se mueve, así que el conductor del autobús da la vuelta para llevarnos por otro camino. Al cabo de un rato, entramos en territorio palestino por un punto de acceso en el que no existe control (para entrar en territorio palestino no hay que pasar necesariamente un control, aunque sí hay que pasarlo para salir al territorio israelí; la situación de Cisjordania hace pensar en una ratonera).

Belén es una pequeña ciudad que vive principalmente del turismo. En concreto, del turismo religioso. El foco de la actividad turística de Belén es, por supuesto, la Basílica de la Natividad, combinación de dos iglesias levantadas sobre los restos de la que mandó construir el emperador Constantino en el lugar en que se cree que nació Jesucristo. La basílica propiamente dicha está controlada por los ortodoxos griegos; la iglesia anexa, por los católicos. La visita incluye también la caverna en la que se supone que tuvo lugar el nacimiento.

El shabbat

A la vuelta de Belén ya ha comenzado el shabbat (que empieza con la puesta del sol del viernes y termina con la del sábado). El restaurante del Moriah está lleno, porque, además de los huéspedes del hotel, hoy cenan allí muchas familias judías de la ciudad. El ascensor del shabbat está en funciomiento: se trata de un ascensor que funciona ininterrumpidamente, parando en todas las plantas. El libro sagrado prohibe encender fuego en shabbat, y los rabinos más ortodoxos identifican el hecho de pulsar un botón eléctrico con el de encender fuego. Así que, para no exponerse a las iras de una parte de sus clientes, la mayoría de los hoteles tienen un ascensor del shabbat.

27-12-2008. El autobús nos deja en las cercanías de la Puerta de los Desperdicios, la más cercana al Muro de las Lamentaciones. Tras pasar el control, accedemos a la explanada. Como es shabbat, el espacio que hay ante el Muro está repleto de fieles. También lo está la sinagoga del Muro. Recorro ambos espacios, entre advertencias de que no debo tomar fotografías. El ambiente es impresionante. Entre la multitud de fieles hay uno, bastante pasado de rosca, que da verdaderos alaridos. Para poder hacer alguna foto tenemos que subir hasta los miradores que hay enfrente, en el barrio judío.

La Vía Dolorosa y el Santo Sepulcro

Después, nos dirigimos al comienzo de la Vía Dolorosa y, una vez allí, nos separamos del grupo, porque queremos ver algunas cosas que no figuran en el programa: la iglesia de Santa Ana (del siglo XII) y los estanques y baños de Betesda, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y que son citados en los evangelios. A continuación recorremos la Vía Dolorosa hasta llegar al Santo Sepulcro, donde nos reencontraremos con el grupo. Entramos en el recinto a través de un calle con escaleras que lleva a las dependencias de los coptos. Por la noche, es un camino sin salida, que sólo conduce a las citadas dependencias. Pero una puerta metálica, que permanece abierta de día, permite acceder desde allí al techo en el que tienen sus viviendas (casi chabolas) los etíopes, que constituyen la más pobre de todas las comunidades cristianas con presencia en el Sepulcro. Sí, has entendido bien: los etíopes construyeron sus viviendas sobre el techo de uno de los edificios que integran el Santo Sepulcro. Desde ese techo, atravesando dos capillas coptas, una tras otra, bajamos hasta la explanada en la que está la puerta principal del Sepulcro. Salimos por esa pequeña puerta que puede verse a la derecha de la principal (lo digo por si alguien quiere hacer el camino en sentido inverso).

A continuación, entramos en el recinto por la puerta principal. La iglesia, a esas horas de la mañana, está tomada por cientos y cientos de visitantes. Hay codazos, empujones... La fila para entrar al templete donde está el sepulcro propiamente dicho le da la vuelta casi por completo. Mientras hacemos cola vemos, en la parte trasera del templete, una pequeñísima capilla, vigilada por un monje copto que pide que no se hagan fotografías. De vez en cuando, algún fiel entra en la capilla, se arrodilla en el suelo e introduce su mano por un hueco que hay al fondo, para tocar la piedra del sepulcro. Bueno, el reparto del templete del sepulcro está claro: para los coptos, la parte trasera; el resto, para los católicos, los ortodoxos griegos... y no sé si alguien más.

Un fornido pope ortodoxo pone orden en la puerta principal del templete, intentando que se respete la cola. Aunque, de vez cuando, permite que alguien se cuele. Justo delante de nosotros, deja pasar a una mujer de edad más que mediana que, a juzgar por su actitud, no está dispuesta ni a hacer la cola ni a quedarse sin entrar. "She' s old", dice el pope a modo de explicación a los que llevamos más de media hora esperando. Pero en la fila hay muchas personas de la misma edad, e incluso mayores. Para entrar en el Edículo (ese es el nombre que recibe el pequeñísimo recinto que hay en el interior del templete), tenemos que esperar a que ella salga. Por fin la vemos salir, santiguándose una y otra vez compulsivamente. Inundada de caridad cristiana, imagino.

El Monte Sión, el Huerto de los Olivos y el Monte Scopus

Al salir del templo, nos dirigimos al barrio judío, y lo recorremos de norte a sur hasta llegar a la Puerta de Sión. En el Monte Sión (que queda fuera de las murallas), visitamos la Abadía de la Dormición, una iglesia moderna (tiene sólo un siglo de existencia) que ocupa un lugar sobresaliente en el paisaje de la ciudad. Después visitamos la gran sala gótica, convertida más tarde en mezquita, que la tradición identifica con el cenáculo y, prácticamente al lado, la llamada Tumba de David, lugar de peregrinación para los judíos.

Después de comer en el que, al parecer, es el único hotel-kibbutz de Jerusalén, vamos al Huerto de Getsemaní y visitamos la Tumba de María, una cripta realmente curiosa cuya entrada está vigilada por un viejo y sucísimo pope (la Tumba de María es posesión de los ortodoxos griegos).

Desde la zona en que nos encontramos vemos perfectamente cómo arden los contenedores de basura en la zona musulmana del Monte de los Olivos, en protesta por los bombardeos israelíes sobre Gaza, que comenzaron la noche pasada. Estaba previsto que subiéramos a esa zona del monte para contemplar la ciudad desde allí, pero la policía ha cortado los accesos. Así que tenemos que conformarnos con la vista, mucho más lejana, que se tiene de Jerusalén desde el Monte Scopus.

De vuelta, el autobús nos deja en la Puerta de Jaffa (o Yaffo). Paseamos por la ciudad, que reanuda su actividad después del shabbat, y a las 7 estamos de nuevo ante el Santo Sepulcro, para contemplar el sorprendente espectáculo del cierre de la puerta de la basílica. Luego, volvemos al hotel. En las calles hay un gran despliegue policial. Vemos un par de contenedores ardiendo en Nablus Road. Esa va a ser nuestra última imagen de la ciudad, porque al día siguiente la dejaremos para iniciar un recorrido por el país.

Quienes han visitado esta página también se han interesado por:
Hoteles en Jerusalén
Fotografías de Jerusalén
Recomendaciones para viajar a Israel

Ir arriba Diario de un viaje a Jerusalén

Relato de un viaje a Jerusalén.

facebook viajesyfotos twitter viajesyfotos Aviso legal Contacto