diarios y relatos de viajes

Namibia

Por JCM_MAD, autor del blog AUSTROLOPITECUS-AFERENSIS


Windhoek

Viaje a Namibia

Lo bueno de llegar a una ciudad de la que no tienes ninguna referencia es que es imposible que te defraude, como no te has hecho ninguna idea preconcebida tampoco esperas nada de ella por lo que, aunque lo que te ofrece sea escaso, nunca tienes la sensación de que te han engañado. Eso exactamente es lo que pasa con Windhoek, la capital de Namibia, una ciudad que se derrama por el desierto como una de esas urbes que salen en las pelis americanas, un pequeño centro financiero con algunos, pocos, edificios altos y luego decenas de barrios formados por casitas bajas unifamiliares que se extienden interminables por el desierto.

Cuando llegamos a Windhoek, un misterio de la ciudad es como se pronuncia su nombre, para mí decían Windooc pero a A. le sonaba a Winduc, desde el aeropuerto distante 30 kilómetros de la misma, eran las cinco de la tarde y según nos dijo el conductor del taxi que nos transportaba al hotel era hora punta, la hora en que la gente salía de sus trabajos para irse a sus casas. Lógicamente esperaba peatones andando presurosos por sus calles, vías llenas de coches con conductores impacientes tocando el claxon, paradas de buses repletas de gente nerviosa esperando su autobús, pero está claro que la lógica no es lo mío. La realidad es que había muy pocas personas andando por las calles, realmente nunca hay nadie andando por las calles de la capital, tampoco hay un servicio urbano de autobuses así que era imposible que hubiese gente esperando en inexistentes paradas y en cuanto al atasco, la única parada que tuvimos que hacer se debió a tener que esperar a que un semáforo pasase del rojo a verde. Así que enseguida y avanzando por zonas residenciales de avenidas amplias, bien asfaltadas y señalizadas, sin tráfico y rodeados de casas con jardines perfectamente cuidados llegamos a nuestro hotel.

Una particularidad de nuestro hotel y de otros muchos en esta ciudad, es que no son edificios más o menos grandes dedicados ex profeso a alojar viajeros sino que son casas particulares que han aprovechando una zona del gran jardín para construir alojamientos para los viajeros. En nuestro caso nuestro hotel, que no tenía ningún letrero o indicación que indicase que allí se podían alojar huéspedes, tenía únicamente cinco habitaciones que daban a un pequeño patio interior, decorado con unos parterres con flores, algunos árboles y una pequeña piscina, y digo pequeña por no decir minúscula, además del típico bar que tú mismo puedes construir para disfrutar con tus colegas que es donde servían el desayuno, mientras que la recepción no era sino el recibidor de la casa del dueño de la finca, donde podías ver a un perro durmiendo apaciblemente en un sofá, unas mesas y unas paredes tan llenas de fotos y recuerdos que te hacen dudar si esa gente no tiene un poco de horror al vacío.

Siempre nos ha gustado nada más llegar a un sitio y justo después de dejar las maletas salir del hotel y aprovechar para dar una vuelta por la zona, reconocer el barrio, comenzar a mezclarnos con la gente o, para qué nos vamos a engañar, identificar algún garito que pueda ser merecedor de una visita posterior pero esto aquí fue imposible, como digo estábamos en una zona residencial y cuando salimos a la calle, después de abrir el gran portón metálico que  cerraba el acceso al hotel, solo encontramos calles solitarias con altos muros de piedra coronados con alambre de espino o concertinas que protegían enormes casonas. Así que tras un breve paseo y de vuelta a nuestra habitación y después de hablar con la dueña-recepcionista decidimos ir al centro.

Si no tienes coche como es nuestro caso, lo tienes jodido en esta ciudad que pese a no ser muy poblada, no llega a 400.000 habitantes, es muy extensa y en la que en la que no hay transporte público. Con lo que la solución para moverse por la misma es que obligatoriamente tienes que usar el servicio de taxi. Pero esto tampoco es sencillo, no puedes salir a la calle y parar el primer taxi que con el que te cruces ya que normalmente no te cruzas con ninguno, ¿he dicho ya que nunca ves a nadie por las calles y que apenas hay tráfico?, sino que además los taxis no llevan ningún distintivo que les distinga de cualquier otro vehículo. Por lo que si quieres ir de un lugar a otro, o regresar por la noche a tu hotel debes hablar con la recepción o con el encargado del restaurante para que te solicite el taxi y acuerde el precio que te cobrarán por realizar el servicio. Lógicamente el precio varía si es por el día o la noche o si el sitio está más o menos cerca o si vas a compartir taxi, a veces ocurre que puede que tengas que compartir taxi con unos desconocidos a los que su hotel o el tuyo pilla de camino. Como nos ocurrió a nosotros, que nos toco compartir un taxi a la salida del más famoso local nocturno de Windhoek el Joe´s Beer house, con unos alemanes pero que al ver el tamaño del vehículo que teníamos que compartir, era francamente pequeño, decidieron con muy buen criterio esperar a que les llamaran a otro. También es normal y especialmente por la noche que en el taxi no este solo el conductor si no que vaya acompañado por otra persona.

Cómo quizás hayáis intuido no es Windhoek una ciudad monumental o de edificios señeros, todo lo contrario, es una ciudad retraída, silenciosa y modesta. Más allá de los típicos monumentos a descubridores alemanes, fundadores germanos de la ciudad e iglesias más o menos coquetas y bonitas, lo que más nos llamo la atención fue la calle dedicada a Fidel Castro en agradecimiento por la ayuda prestada por Cuba a Namibia en su lucha por la independencia. Esta ayuda no consistió únicamente en la lucha de los cubanos contra los sudafricanos en Angola, país que servía de base de retaguardia segura al SWAPO, principal grupo namibio que luchó por la independencia, sino también y puede que incluso más importante en el apoyo diplomático a la independencia en todos los foros y agencias internacionales.

Pese a que nosotros en nuestro par de salidas nocturnas no lo sentimos parece que la ciudad no es tan segura por la noche como aparenta por el día ya que varias de las personas con la que hablamos, o sea la recepcionista del hotel, el taxista y el camarero del bar, nos trasladaron la idea que la ciudad por el día es muy agradable y segura pero no era conveniente andar por las solitarias calles a partir de las nueve de la noche. Por qué las nueve y no otra hora es un misterio. Pese a que como digo nosotros no sentimos en nuestras salidas nocturnas sensación de inseguridad alguna. Quizás este miedo venga también porque Namibia es uno de los países con mayor prevalencia de VIH en el mundo, con cifras realmente espeluznantes, tanto es así que en la fachada del cuartel general del ejército cuelga una pancarta que dice algo así como que su principal lucha es contra el SIDA y enfermedades oportunistas como la tuberculosis asociadas al virus.

Etosha

Etosha

El parque nacional de Etosha tiene una superficie  de más de 20.000 Km2, lo escribo para que se lea bien: más de veinte mil kilómetros cuadrados, esto es una enormidad, hay países más pequeños, aunque nada si lo comparamos con los más de 100.000 Km2 que tuvo allá en sus orígenes, cuando se creó a principios del Siglo XX. Su centro está ocupado en gran parte por el lecho seco de un lago y es conocido con el nombre de “the pan”,  la sartén, un lugar árido y caluroso de color blanco inmaculado y que solo se inunda con una fina lamina de agua durante la temporada de lluvias. Mientras que el resto del parque es una zona semiárida de praderas con arbustos enanos y arboles del tipo de las acacias o los mopanes, un pequeño árbol de hojas muy verdes y que crece por todo el norte de Namibia. En el parque se dan cita todos los grandes animales de África. Elefantes, jirafas, leones, cebras, guepardos, rinocerontes, hipopótamos, todo tipo de gacelas, ñus y antílopes, orgullosos orix, modestas ardillas, jabalíes verrugosos ¿os acordáis de Pumba del Rey León? pues justo ese, multitud de aves desde el gigantesco avestruz a diminutas y coloridas aves cantoras pasando por garzas y gallinas pintadas, serpientes, roedores… Lo mejor del parque es que no tienes que pasarte horas dentro del vehículo circulando por los polvorientos caminos a ver si tienes la suerte de cruzarte con alguno de los animales anteriormente citados que también, sino que gracias a los bebederos o charcas “waterholes” estratégicamente situados, es posible ver a decenas de animales juntos, sin mucho esfuerzo, mientras beben o se bañan. No creáis por ello que a los animales se les ve en la distancia, nada más lejos de la realidad, es muy normal tener que detener el coche en medio de la carretera mientras que a dos metros por delante del vehículo cruza un manada de cebras, o unas leonas han decidido tumbarse en medio de la carretera y hay que esperar a que perezosas se levanten y tranquilamente se vayan a tumbar entre los arbustos mientras en su camino pasan a medio metro de la ventanilla del coche. 

Lo ideal es dedicarle al parque un par de días realizando lo que llaman “the game” pero en lugar de cazar a los animales con rifles, capturarlos únicamente con la cámara fotográfica y así tener la oportunidad de pasar la noche en el parque en alguno de los lugares acondicionados dentro del parque para ello, ya sea como campista o alquilando una humilde pero muy bien acondicionada cabaña. 

Nosotros pasamos la noche en un lugar llamado Okakuejo, que en lenguaje local significa “lugar de las mujeres”, un sitio agradable, con una infraestructura básica pero muy completa, que cuenta con zonas de acampada, tienda, restaurante, bar, y una piscina, un lujo que se agradece. Nada mejor que un refrescante baño a la caída de la tarde después de un duro día de calor y polvo y antes de tomar una cerveza bien fría. El lugar cuenta y es lo más importante con una charcha acondicionada, incluso con asientos y una grada techada para evitar el sol del mediodía, que permite a los turistas  ver desde pocos metros de distancia a los animales que se acercan durante todo el día y toda la noche para abrevar. Después de una de las muchas visitas que hicimos por la noche al abrevadero, una de ellas con botella de vino namibio incluido, y mientras volvíamos a nuestro alojamiento, nos cruzamos con un par de chacales que deambulaban por la zona en busca de alimentos y que temerosos huyeron ante nuestra presencia.

Algo que no se suele comentar mucho es el increíble cielo nocturno que se disfruta aquí. Un cielo plagado por decenas de miles estrellas y que se ve coronado por una vía láctea que orgullosa e impresionante cruza luminosa la totalidad del firmamento, producto todo ello de la total falta de contaminación lumínica. Posiblemente con el paso del tiempo y los años, se me vayan perdiendo algunos recuerdos de este viaje pero estoy seguro de que uno de los recuerdos que nunca olvidare será el de estar sentado por la noche en un banco, viendo como una pareja de elefantes disfrutaban de la charcha y sobre nosotros refulgía el cielo más estrellado que se pueda ver.

Swakopmund

Swakopmund

Según cuenta la leyenda, si a las 12 de la noche, frente a un espejo y con la única luz que proporciona una vela encendida en la mano pronuncias correctamente tres veces seguidas el nombre de esta bonita ciudad costera, se te aparecerá el alcalde de la misma y te regalará una estancia de cinco días en esta pequeña localidad vacacional.

La ciudad fue fundada a finales del siglo XIX por los alemanes, por aquel entonces la potencia colonial del territorio, en la costa rodeada por el desierto de Namibia como principal puerto de lo que entonces se llamaba África del Sudoeste Alemana. Estos mantuvieron la ciudad hasta el fin de la primera guerra mundial en que pasó a manos sudafricanas, sí, hay ciudades que nacen marcadas, y pese a que los alemanes solo estuvieron una veintena de años su herencia se ha conservado de tal manera que a veces parece que estés paseando por una ciudad alemana en lugar de una ciudad de África. Nombres alemanes en los letreros de las calles, edificios que podrían estar en Baviera, apellidos germanos en los nombres de los comercios, pequeñas tiendas decoradas con un gusto muy centroeuropeo que son atendidas por sonrientes abuelas, turistas altos y rubios hablando alemán por doquier, restaurantes que tienen visillos en las ventanas y cuya carta está en inglés y alemán, cerveza elaborada siguiendo las leyes de pureza de la cerveza de 1516 y salchichas alemanas, y no es raro que de primeras el camarero te pregunte primero en alemán y luego en ingles. No solo eso, sino que los ¿swakopmundinos? sean del color que sean están tremendamente orgullosos de su herencia alemana.

Swakop tal y como la llaman sus habitantes es una ciudad eminentemente de vacaciones y playera, con largos paseos marítimos adornados con bonitos y cuidados jardines con infinidad de chiringuitos playeros donde tomar una cerveza, y hermosas casas que quedan vacías una vez pasada la temporada de verano en Europa, y además esta ciudad es uno de los paraísos surfistas que hay en el mundo, cosa que es fácil de adivinar viendo las enormes olas que rompen en las playas. Como otras ciudades namibias capital incluida da un poco la sensación de ser una ciudad fantasma, donde raramente ves a alguien caminar por la calle y ese sentimiento de soledad se acentúa a partir de la caída del sol, entonces la impresión de ser el protagonista de una película apocalíptica o estar en un capítulo de “The Walking Dead” llega a niveles de paranoia. Igualmente y pese a que el apartheid terminó con la independencia en 1991, no se ve ninguna pareja mixta y esto no es solo exclusivo de esta ciudad, y no me refiero únicamente a parejas de adultos. En los colegios nacionales, si te fijas en los recreos solo ves a niños negros jugando, no ves ningún niño blanco. Y la pregunta que nos surgía a A. y a mí era la de ¿Dónde estudian los niños blancos? Durante nuestros paseos vimos dos colegios privados con pinta de ser bastante caros así que imaginamos que ahí deberían estar.

Pero seguro que os preguntáis: y ya que estoy ahí, y aparte de bares donde se come un estupendo carpaccio de antílope y se bebe rica cerveza namibia, qué es lo que puedo visitar en la ciudad. Pues realmente no mucho, tienes el pequeño faro que desde una colina domina la ciudad, el monumento a los soldados alemanes caídos en este territorio en la primera  guerra mundial, con los nombres de los desdichados soldados esculpidos en bronce o el bonito y largo embarcadero construido en madera, todo ello en un radio de 500 metros, y dispersos por la ciudad los edificios de herencia alemana. Mención aparte merece el museo de la ciudad.  

Ya sabéis de nuestra curiosidad y dado que no habíamos podido visitar en la mañana un pueblo himba que era nuestro objetivo principal, decidimos darle una oportunidad al pequeño museo. Entramos, pagamos la entrada, es un museo privado y la entrada no es barata, y nos vimos transportados a un museo de hace 100 años, tanto en la exposición en si como en el estilo museístico propiamente dicho. La mayor parte del museo, es una oda a la colonización blanca, mucha ropa militar; de los soldados alemanes, de los marinos alemanes, de los oficiales alemanes, pero también de los soldados sudafricanos, de la policía sudafricana, de los oficiales sudafricanos, réplicas y maquetas de navíos de guerra pertenecientes a la marina imperial alemana, vitrinas con multitud de condecoraciones, con rifles, con prismáticos. Reproducciones a tamaño real de los gigantescos carromatos con los que los colonos germanos se introducían en el interior de Namibia, vitrinas con dioramas que intentan mostrar los fondos marinos o la fauna de la sabana, una espada portuguesa que demuestra que nuestros vecinos lusos fueron los primeros blancos en andar por estas playas, copias de habitaciones que nos muestran cómo vivían las familias de los fundadores de la ciudad, la locomotora del primer ferrocarril que llego a la ciudad. Todo lo anterior ocupa las ¾ partes del museo, luego, en una sala anexa hay un espacio algo más moderno, dedicado a los diversos pueblos y culturas que eran los dueños de las tierras antes de la llegada de los europeos y en la que en pequeños paneles y junto a enseres y ropas se nos explica la historia de estos pueblos, los  Herero, los Himba, los Sam, los Ovambos… Hasta aquí nada que no sea lo propio de un pequeño museo de una pequeña ciudad, pero lo realmente impactante está en una pequeña salita en la segunda planta del museo y a la que quizás porque su entrada no es sencilla de localizar no sube mucha gente. En ella se encuentra la réplica de una calavera, la original está en el museo nacional de Namibia, de una persona que vivió en estas tierras hace unos 70.000 años y que fue descubierta en los años cincuenta del pasado siglo. Es empezar a leer la explicación que dan a esa calavera y las conclusiones que sacan de la misma y retroceder a una época que yo creía ya superada. En la nota se nos dice que los rasgos de la calavera demuestran fehacientemente y sin ningún tipo de duda que los negros son inferiores a los blancos y que se encuentran en un estadio evolutivo inferior. A. y yo tuvimos que leerlo dos veces para asegurarnos de que realmente estábamos leyendo correctamente y que una lectura apresurada no nos estaba jugando una mala pasada.    

Visto lo anterior decidimos que el escribir algún exabrupto en el libro de visitas no era lo único que debíamos hacer para mostrar nuestro desacuerdo, así que dado que A. tiene ciertos contactos con una organización antirracista alemana, ya se sabe que eso de poner un nombre alemán en un documento da a este automáticamente un aire de seriedad, aprovechamos para escribir una carta al director del museo exponiendo los motivos de nuestro disgusto con el contenido del mismo. Carta que entregamos a la amable anciana que se ocupaba de la venta de billetes y que dado que el director no estaba presente, era domingo, nos prometió que se la entregaría el día siguiente a primera hora.

Para serenar nuestros ánimos, nos dimos una vuelta por el amplio mercadillo de artesanía que hay a la salida del museo. En él se pueden conseguir bonitos objetos a buenos precios, siempre y cuando sepas y no te de reparo el regatear. También puedes ver a mujeres Himba en sus trajes tradicionales, esto es una pequeña falda roja atada a la cintura y el resto de su cuerpo cabellos incluidos cubiertos únicamente con pigmentos rojos que hace que destaquen entre todas las demás vendedoras. Además y si se lo pides y esto último es importante, no les importa que les hagas fotos.

Granjas

Una de las actividades que más disfrutamos en el viaje, o por lo menos que más disfruté yo, fue el circular por las carreteras de Namibia. Carreteras que se dividen según su estado de conservación y señalización en siete niveles, que van desde la letra A que indica que circulas por una autopista a la G que no son más que senderos de tierra que se introducen en el interior del país. Son por lo general carreteras muy bien conservadas y con un buen nivel de señalización, amplias y de rectas inacabables que permiten unos adelantamientos seguros y una velocidad razonable.
Viajar por carretera por el interior de Namibia es ver recortándose en el horizonte la montaña sagrada de los Ovambas, cruzar el desierto del Kalahari o ver en las cunetas una manada de jabalís verrugosos hozando tranquilamente ajenos al paso de los escasos vehículos. Son paisajes cambiantes de montañas azules, de sabanas infinitas, de desiertos que terminan en el mar, de sueños por realizar. Pero si algo te acompaña en los laterales de la carretera por kilómetros y kilómetros son las alambradas de las granjas. La mayor parte son alambradas sencillas compuestas por tres finos hilos de alambre dispuestos en paralelo y sujetos cada pocos metros a unos postes de madera. Cuando digo kilómetros, no creáis que exagero, normalmente las granjas namibias pueden tener unos 20 Km de largo por otros tanto de ancho y únicamente notas que has cambiado de granja cuando observas que la valla deja la carretera y se pierde hacia el interior del territorio, o te fijas que en la puerta de entrada a la finca hay un nuevo nombre, si antes te habidas fijado que era granja Heller, ahora es granja Bingham. Estas granjas se dedican a la cría de ganado, vacas y ovejas principalmente, que luego será convenientemente sacrificado y enviado a Sudáfrica.
Pero lo que diferencia a estas granjas del resto de granjas del mundo es que también te puedes alojar en ellas. La mayor parte de estas fincas tienen junto a la vivienda principal, situada un par de kilómetros hacia el interior, un amplio espacio habilitado para la recepción de viajeros, en ese espacio te puedes alojar tanto en tu propia tienda de campaña o en tu autocaravana como alojarte en alguna de las cabañas construidas a tal propósito. Son cabañas dotadas de todos los servicios y comodidades, aunque la decoración digamos que no sigue las últimas tendencias estilísticas y de moda. Igualmente puedes hacer uso de las barbacoas y cocinas comunales dispuestas para tal fin o utilizar los servicios de la estancia principal, esto es la cafetería y el restaurante. Nosotros hicimos uso del servicio que proporciona la casa, no habíamos terminado de registrarnos cuando nos recalcaron que el servicio era a las 8 y ni un minuto después. Así que tras ocupar nuestra cabaña y después de un rápido duchazo, nos dirigimos a la recepción/zona de reposo/bar y restaurante. Nos sentamos en unos sillones de mimbre que había en el no tan pequeño jardín, viendo como las gallinas pintadas andaban libres picoteando lo que sea que picoteen las gallinas pintadas, aquí y allá, y charlando de tonterías a esperar que fuera la hora de la cena, cuando se nos acercó una mujer que debería andar por los sesenta y tantos años y toda la pinta de una satisfecha granjera holandesa.
- Hola, buenas noches, soy la señora Chloris, la dueña de la granja.
- Hola, buenas noches.
- ¿Preferís - nos dice- que os hable en inglés, alemán, holandés, Afrikáner o Bóer?
- ¿En español? – le decimos A y yo casi al unísono.
La mujer se ríe y nos hace un gesto con la mano.
- Otro idioma más no, gracias.
- Entonces en inglés nos va bien.
- ¿De dónde sois?
- De Perú y de España – le contestamos A. y yo señalándonos con nuestros respectivos dedos.
- ¿Perú?, Que lastima, vaya huracán que han sufrido ahora, cuántas perdidas y muertes.
- No, eso ha sido en Puerto Rico. Perú está en Sudamérica - le dice A, sacándola de su error.
- Vaya. Bien -nos dice –, la cena se sirve a las ocho.
A las ocho menos cinco puntuales estábamos en el salón-bar-restaurante, había unas 10 mesas distribuidas por la amplia terraza, todas con unas velas encendidas colocadas en el centro. Para entonces ya había una típica familia francesa, papá, mamá, dos hijas veinteañeras y un crío adolescente que ocupaban la mesa grande, una pareja mayor alemana que se sientan en la esquina más alejada y al poco llego una pareja indudablemente gay a la que no oímos pronunciar una sola palabra. Además de ellos y de nosotros había decenas de insectos voladores parecidos a las cucarachas que producían un inquietante zumbido al volar y uno de los cuales tuvo la genial ocurrencia de posarse en mi cuello e hizo que durante toda la noche el resto de las mesas se preguntase en qué ha quedado el tradicional valor español. ¿La cena? una vez más quedó demostrado que más al norte de Francia, la comida se limita a ser una mera cuestión de supervivencia biológica, a base de salsas agrias, ensaladas imposibles, patatas hervidas y diversas salchichas sazonadas. Lo mejor, la fruta fresca cosechada en la misma granja.

Más tarde supimos que esta costumbre de alojar a la gente en las granjas viene desde la época de la dominación sudafricana, cuando los cazadores de este país llegaban hasta Namibia para participar en “The Game”, la caza, y no había hoteles suficientes para alojarlos. Así que los granjeros vieron en esto una buena forma de ayudar a la siempre endeble economía de la granja.

APARTHEID

La pequeña sala de llegadas del aeropuerto internacional Husea Kutato de Windhoek esta abarrotada. A. y yo nos quedamos un poco sorprendidos, no esperábamos encontrar tanta gente en un sitio tan pequeños. Comenzamos a buscar el taxi que teníamos contratado para que nos llevase a la ciudad. Hay un grupo de personas esperando al líder de una iglesia o comunidad evangélica, que al aparecer por la puerta es recibido entre vítores por sus fieles. Pero sin lugar a dudas el mayor grupo esta formado por unas decenas de mujeres que están vestidas como si fueran granjeras holandesas o alemanas sacadas de un cuadro de Vermeer y que llevan una pancarta con el rostro de dos hombres. Le preguntamos a nuestro taxista, pero no sabe que hacen esas mujeres ahí. Le hago la misma pregunta a la chica de la oficina de cambio y ella me da la contestación. Las mujeres, que al ver salir a los dos hombres se ponen a cantar y bailar, son Hereros y están aquí para recibir a los dos hombres que han conseguido una indemnización por parte de Alemania con motivo del genocidio de sus antepasados

Cuando los alemanes llegaron a estas tierras a fines del siglo XIX, el principal grupo que habitaba estas tierras eran los Herero. Estos, eran pastores y habían llegado hacia mediados del siglo XV desplazando a otras tribus y grupos humanos hacia el desierto y los bosques. Los alemanes firmaron unos tratados con los hereros en los que estos les dejaban usar partes de sus tierras. Pero, para qué se firman los tratados si no es para ser incumplidos por la parte más fuerte. Y así lo hicieron los alemanes una y otra vez, desplazando a los hereros cada vez más a las tierras menos fértiles y más inhóspitas. Se declaró una guerra donde los Hereros masacraron a cientos de colonos alemanes. Desde la metrópoli se enviaron tropas y órdenes concisas. Los Hereros deberían ser exterminados, sus pozos envenenados y su ganado sacrificado. Así, con la diligencia, meticulosidad y laboriosidad con que los alemanes suelen acometer estos empeños, comenzó una guerra entre una potencia europea del siglo XIX y un pequeño pueblo que aún vivía en la edad de piedra. Como no podía ser de otra forma la guerra termino de la única forma posible. Los hereros fueron diezmados y los supervivientes confinados en campos de concentración, sin alimentos ni cuidados médicos y sujetos a ser objeto de experimentos médicos por los muy avanzados doctores alemanes. (Hay pueblos que tienen fijación con ciertos temas). Poco después se firmó un tratado de paz, donde se venía a decir que, ya que los hereros no tenían ganado, no necesitaban de tierras y que estas pasaban a manos alemanas dando de esta forma origen al África del Sudoeste Alemana.

Nunca he estado en un país tan joven como Namibia, solo hace 26 años que este país es independiente y libre. Únicamente un cuarto de siglo ha transcurrido desde que los sudafricanos concedieron la independencia a la hasta entonces su colonia y cordón de seguridad en su lucha con Angola. Con ello no solo los namibios recuperaron el ser dueños de su propia tierra sino que también se hicieron dueños de sus cuerpos, pues hasta entonces estuvo vigente el régimen del Apartheid.

Es por ello que una gran parte de la población namibia actual  ha vivido bajo el  régimen de segregación y tienen recuerdos muy precisos de cuando eran considerados menos que animales sin ningún tipo de derecho.

Nuestro guía y conductor, que nos pidió que le llamásemos “Melon”, y que fue nuestro acompañante durante los cuatro primeros días de nuestro viaje por Namibia, un par de veces ante nuestras preguntas sobre esa época comenzó siempre de la misma forma. Imaginaros que… para luego añadir: no, no podéis imaginarlo, sois blancos, para a continuación pasar a relatarnos cómo era la vida, su vida, en esa época de racismo. Nos dijo que para refutar la palabra de un blanco era necesario el testimonio de siete personas negras. Nos contó cómo las personas negras tenían prohibido acceder a las panaderías o a otros locales por la puerta principal, no tenían ese derecho, sino que debían acceder por la puerta trasera y esperar a que el dueño del local, un blanco, se dignase atenderles y entonces ni siquiera les miraba a los ojos, ni les tendía la mercancía, sino que les dejaba un pedazo de pan en una mesa puesta ex profeso, una mesa que solo podían utilizar los negros. O cómo por las noches existía el toque de queda, pero únicamente para las personas negras y estas estaban obligadas a partir de cierta hora, curiosamente las nueve de la noche, a permanecer recluidas en los barrios que aún hoy rodean el centro de la ciudad, los famosos Townships. Barrios que estaban totalmente rodeados por alambradas rematadas por alambre de espino y que esas alambradas solo tenían dos puertas que eran cerradas con candados y vigiladas por guardias blancos armados. De esas barriadas por la noche los únicos habitantes que podían salir eran aquellas personas que tenían un pase especial por motivos laborales. ¿El castigo por desobedecer el toque de queda?, pues simple y llanamente la muerte. Cualquier blanco podía disparar sin motivo o razón a una persona negra y no tenía que responder del asesinato ante la justicia, pues se consideraba que las personas negras no tenían la condición de humanos.

Hoy en día afortunadamente no hay segregación, las alambradas han desaparecido y las personas negras pueden circular cuando quieran y por donde quieran sin miedo y libremente, por lo menos en apariencia, porque al racismo basado en el color de piel ha sido sustituido por el racismo basado en el color del dinero. Es curioso observar cómo todas las personas que te atienden, ya sea el oficial de aduanas en el aeropuerto, la chica de la oficina de cambio, las camareras de un restaurante de carretera, el tipo que arregla la línea de teléfonos o los trabajadores  que están trabajando en la ampliación de la carretera son todos negros mientras que los dueños de los locales, la encargada o los capataces son blancos. Es más, en los restaurantes o bares todos los clientes son blancos, igualmente ocurre en los hoteles, todos los huéspedes son blancos y lo mismo entre las personas que visitan Etosha. Las únicos negros que ves en el parque son los camareros, las encargadas de la limpieza y los conductores de los distintos vehículos, nos ves a ninguna persona que no sea blanca disfrutando del viaje. Incluso a un nivel determinado, restaurantes de lujo o bares de moda, los negros desaparecen completamente del panorama, y quienes te atienden son chicas y chicos de blanca piel y rubia melena. 

Un mañana de domingo, estábamos tomando un café con S., una española que lleva 24 años trabajando y viviendo en Namibia y a la que desde aquí la recuerdo que la debemos unas cañas y nos comentaba que el pasatiempo favorito de los namibios blancos es reunirse un grupo de amigos en el jardín de alguno de ellos a beber cerveza de marca “hansa” o disfrutar de una copa de vino sudafricano, mientras en la barbacoa se asan lentamente hamburguesas de carne de “springbok” y salchichas gigantes, y entre trago y bocado comentar el miedo que tienen a que los negros un día quieran cobrarse la revancha por los sufrimientos pasados y decidan hacer justicia por su mano y que ella ante esta conversación siempre les dice: ¿Y qué esperábais, con lo que les hicisteis?

Siempre que hablábamos con “Melon” sobre la época de la independencia, nos comentaba que en comparación con otros países de África, la de Namibia fue sencilla. Que no hubo violencia, ni persecuciones, ni decomisos de tierras, y que eso fue gracias a que la gente de su generación supo perdonar y pasar página, pero que eso no era así entre los jóvenes que ven crecer su resentimiento al comprobar cómo la pobreza y la falta de oportunidades solo les afecta a ellos y no a la gente blanca, que siguen ocupando los mejores puestos y cobrando los mejores sueldos.

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Relato de un viaje a Namibia.

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