diarios y relatos de viajes

Siria: diario de viaje

Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS


El vuelo desde España a Siria dura unas cinco horas. Tienes que cruzar el Mediterráneo de Oeste a Este, sobrevolando Italia, Grecia y las islas del Egeo. Por fin llegas a la costa asiática, pero aún tendrás que atravesar el Líbano para llegar a Damasco.

Ese fue nuestro recorrido del 24 de febrero de 2008. En el avión de Syrian Airlines, que no iba completo, viajábamos turistas españoles y sirios residentes en España. En la fila de delante, un joven sirio volaba a su país para recoger a su mujer, con la que se había casado no hacía mucho. Iba a traerla a España. Nos enseñó fotos de la boda: la chica era muy guapa.

Damasco

Nuestro hotel en Damasco era el Cham Palace: un vestíbulo grandioso y habitaciones más bien pequeñas. Pero nosotros no lo habíamos elegido por el tamaño de las habitaciones, sino por su situación, en el centro de la ciudad y a un paseo de la Ciudad Vieja. Así que, sin perder tiempo, salimos a explorar Damasco.

Diario de un viaje a SiriaLo que primero nos llamó la atención fue la omnipresencia del presidente El-Assad (hijo). En las fachadas de los edificios, en los comercios, en los taxis... en todos los sitios se muestra su fotografía. Los dos primeros días molesta bastante, luego uno se acostumbra y ya no ve al gran líder.

Otra cosa que te baila en el cerebro es la sensación de peligro. No por la delincuencia (Siria es, probablemente, el país más seguro, en este sentido, de los que conozco -y entre ellos se encuentran la mayoría de los países de Europa-), sino por la circulación rodada. Cada vez que tienes que cruzar una de las calles principales, te la juegas (ni los coches ni los peatones obedecen las señales de tráfico). Y, en las calles estrechas de la ciudad vieja, la cosa es aún peor (tuve suerte, ya que, en todo el viaje, sólo me golpeó una bicicleta; lo que significa que pude evitar al menos cien espejos retrovisores, bien sea arrimándome a la pared, bien refugiándome bajo el dintel de alguna puerta).

Con estas sensaciones llegamos hasta la ciudadela, al lado de la cual se abre la puerta de entrada al zoco Al-Hamidiyya. Caminamos a lo largo del zoco. Los comercios estaban cerrados (hacía tiempo que había anochecido), pero aún había bastante gente en la calle cubierta,tenuemente iluminada. Llegamos hasta la Gran Mezquita de los Omeyas. No es mala idea verla por primera vez de noche, aunque tampoco estará mal conocerla de día. Rodeamos la mezquita, situada en plena ciudad vieja, y volvimos a dormir al hotel.

25 de febrero de 2008. Por la mañana vimos el Museo Arqueológico de Damasco, interesante pero prescindible (salvo que seas arqueólogo o historiador). A continuación, el palacio Azem, del siglo XVIII (período otomano), antigua residencia del gobernador de Damasco que hoy alberga el Museo de las Artes y Tradiciones Populares. Es un bonito palacio, que no debería dejar de verse. Aunque estaría muy bien que trasladaran el museo a otro lugar y lo devolvieran a su estado original.

Luego nos dirigimos al recinto de la Gran Mezquita. Junto a la taquilla en la que se venden los tickets hay perchas con chilabas de varios tamaños, porque a las mujeres no les está permitido el acceso con ropas occidentales. Con los tickets en el bolsillo y la vestimenta adecuada entramos primero en el mausoleo de Saladino y luego en la Gran Mezquita de los Omeyas. Lo primero que te impresiona al entrar en la mezquita es el enorme patio enlosado de marmol, rodeado de columnas (algunas de ellas romanas) y magníficos minaretes. Luego, cuando entras en la grandiosa sala de oración, te quedas de nuevo con la boca abierta. En la sala hay una zona, separada por cadenas, destinada a las mujeres, pero a las extranjeras (que han pagado la entrada) se les permite deambular por todo el recinto. En medio de la sala de oración hay un mausoleo que, se dice, contiene la cabeza de Juan el Bautista, venerado por cristianos y musulmanes.

Fuimos a comer al restaurante Elissar, en el barrio cristiano. Las mesas están en un patio cubierto, enmedio del cual hay una fuente. El servicio es muy atento, y la comida exquisita: un restaurante muy recomendable. Pero en la carta, en árabe e inglés, no figuran los precios, lo que, por otro lado, es normal en los restaurantes sirios (supongo que, si el turismo sigue en ascenso, las cosas cambiarán pronto en el país). Por una comida para dos personas, con agua y dos cervezas pero sin postre, nos cobraron el equivalente a 16€. Eso sí, no nos permitieron pagar con tarjeta de crédito (por ahora, si viajas a Siria, olvídate de la tarjeta).

Después de comer visitamos la subterránea capilla de Ananías, que la tradición cristiana relaciona con el episodio de la conversión de Saulo. Si viajas por tu cuenta puedes prescindir tranquilamente de esta visita (si vas en un viaje organizado, lo más probable es que te veas obligado a realizarla).

A continuación, nos encaminamos, siempre por el barrio cristiano, hacia Bab ash-Sharqui, una de las más antiguas puertas de Damasco, que procede de la época romana. De camino, una vieja que, a todas luces, no estaba en sus cabales, se nos acercó para mendigar una moneda. Lo anoto porque en Siria no hay casi pedigüeños (ni ladrones, como antes dije). Un comerciante de la zona se acercó rápidamente a nosotros para explicarnos el caso de la anciana, que, nos contó, enloqueció al encontrar a sus cuatro hijos muertos en el incendio de su casa. Nos contó también que tenía dinero, y que había rechazado la ayuda de la Sociedad de San Vicente de Paul. Evidentemente, le avergonzaba que la anciana nos hubiera pedido limosna.

Llegados a la puerta, iniciamos el regreso por la Calle Recta, que tiene su origen en el Decumano romano. Pero estaba en obras, el piso totalmente levantado, y tuvimos que renunciar a recorrerla por completo, así que acabamos perdiéndonos en el barrio cristiano.

Palmira

26 de febrero de 2008. Partimos en autocar y nos adentramos en el desierto sirio. Vemos fábricas, al parecer de construcción reciente, en medio de la nada. Hacemos un alto en el Bagdad Café (hay varios Bagdad Café, pero nos dicen que éste es el original, el café-bar más antiguo del desierto). Finalmente llegamos a Palmira. Las ruinas de la antigua ciudad se levantan junto al oasis, al lado del pueblo moderno. Visitamos las torres funerarias, el templo de Bel, las calles de la ciudad y el teatro romano, y subimos al castillo árabe para contemplar el panorama de la ciudad. Mirad las fotos. Sobran las palabras.

La guía Lonely Planet dice que el único sitio aceptable para comer en Palmira es el restaurante del Hotel Villa Palmyra. Si eso es cierto, ¡cómo serán los demás! Porque allí no hay carta, sólo hay cerveza siria (que, definitivamente, no nos gusta), no hay postre (estamos en temporada baja), el café hay que tomarlo en el vestíbulo del hotel... y la comida no se parece a la del Elissar, aunque el precio sí es similar. Así que no me preguntéis por un sitio para comer en Palmira: no tengo ni idea.

Apamea, Sergilla y Alepo

Diario de un viaje a Siria27 de febrero de 2008. Viajamos hacia el noroeste. Salimos del desierto y llegamos a Hama, la ciudad de las norias gigantes (algunas de las cuales están todavía en uso para el riego). Continuamos hasta Apamea, ciudad fundada por Seleuco, uno de los generales de Alejandro Magno. La ciudad, que, se dice, llegó a tener medio millón de habitantes, duerme aún bajo el suelo sirio: sólo el Cardo Máximo (la larguísima calle principal) está excavado y restaurado. Las ruinas asoman entre la hierba pidiendo a gritos ser desenterradas.

Luego visitamos Sergilla, ciudad muerta de la época bizantina. Y finalmente llegamos a Alepo.

Nuestro hotel, el Chahba Cham, es gigantesco. Tiene 22 pisos, y ocupa una enorme extensión de terreno. Nuestra habitación está en el piso 14. Desde allí, las vistas de la ciudad son increíbles. Ya es de noche. Caminamos hasta la ciudad vieja, que está muerta a esa hora. Llegamos a la Gran Mezquita y, desde allí, volvemos al hotel.

28 de febrero de 2008. Por la mañana, nos acercamos a la frontera turca para visitar las ruinas de la basílica de San Simeón. Esta basílica, construída en época bizantina alrededor de la columna sobre la que pasó el Estilita buena parte de su vida, fue, en su tiempo, la mayor del mundo.

Más tarde, regresamos a Alepo para visitar la Gran Mezquita. Aunque es de la misma época que la de Damasco, ha sido reconstruida posteriormente, y no es comparable a la de la capital.

Diario de un viaje a SiriaLuego, caminamos a lo largo de los famosos zocos de la ciudad para llegar a la ciudadela, obra maestra de la arquitectura medieval militar islámica. Desde sus murallas hay magníficas vistas de la ciudad. Mientras recorremos la ciudadela, enjambres de colegialas nos persiguen (y eso hay que tomarlo literalmente) para entablar conversación y practicar inglés con nosotros. ¡Las muy ilusas!

Después de comer frente a la ciudadela, sin cerveza ("¡Estamos en la ciudad vieja!", nos dijo el camarero del restaurante cuando le preguntamos si servían alcohol), paseamos por las calles cubiertas del zoco, descubriendo mezquitas, madrasas y caravasares. Dicen que las comparaciones son odiosas, pero no creo que el zoco de Alepo tenga nada que envidiar a los de El Cairo, Estambul o Marrakech.

El sol se ha puesto ya cuando nos acercamos a Bab Antakya (la puerta de Antioquía), pero decidimos volver atrás para buscar el antiguo hospital (o manicomio) y la fábrica de jabón. Y luego, continuando por Sharia Bab Qinnesrin, llegamos hasta la puerta sur de la ciudad antigua.

Volvemos en taxi al hotel. El taxista no habla inglés. Al preguntarle el importe de la carrera, nos suelta una parrafada en árabe. Vuelvo a intentarlo, con el mismo resultado. Le damos un billete de 100 libras sirias para que nos devuelva el cambio, pero se lo guarda con un "okey". Bueno, en todo viaje te tienen que engañar alguna vez... Aunque no sé si se debería considerar esto como un engaño, porque 100 libras sirias equivalen aproximadamente a un euro y medio.

El Krak de los Caballeros y Maalula

29 de febrero de 2008. Camino de Damasco, visitamos el Krak de los Caballeros, fortaleza que fue sede de la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén durante la época de las cruzadas. En su tiempo, el Krak fue considerado como prácticamente inexpugnable, aunque finalmente se rindió al sultán Baibars. Los musulmanes realizaron pocas modificaciones en la fortaleza, que en la actualidad se conserva casi intacta.

Por la tarde llegamos a Maalula, población cristiana y musulmana colgada de las rocas en la que, según parece, aún se habla el arameo. En ella visitamos el monasterio de San Sergio, en cuya iglesia pueden verse antiguos iconos y un altar que al parecer fue pagano antes que cristiano, y tiene un reborde que, dicen, servía para que no se derramara la sangre de los sacrificios. La mujer que, en esta iglesia, nos recita el padrenuestro en arameo (esa es una de las atracciones turísticas del lugar) afirma que su lengua materna es el árabe. ¡Qué desengaño!

Luego, por un estrecho desfiladero, llegamos al convento de Santa Tecla (este desfiladero es el que, según la tradición, se abrió para que la santa, discípula de San Pablo, escapara de sus perseguidores). El convento mismo carece de interés, aunque es curioso ver su iluminación, que, al caer la noche, lo convierte en una especie de feria. Y es que, a pesar de su escaso interés objetivo, el convento es una atracción turística que genera importantes ingresos.

Damasco

1 de marzo de 2008. Es sábado. El día es soleado y caluroso. Empleamos buena parte de la mañana en recorrer de nuevo la Gran Mezquita de los Omeyas, pero esta vez con calma, sentándonos en el suelo aquí y allá, en el oratorio o en el magnífico y soleado patio. Lo mismo que hacen, junto a nosotros, cientos de ciudadanos de Damasco, que pasan de esa forma la mañana del día festivo.

Foto de FRANCISCO LOZANO ALCOBENDASEn la sala de oración, los vigilantes se afanan en confinar a las mujeres en la zona que les está reservada. Varias chiítas, vestidas con negros ropajes característicos, saltan las cadenas y se introducen en la maxura, pero no tardan en ser expulsadas. Una sunita, que estaba sentada a nuestro lado con su hijo pequeño, nos mira de forma airada cuando le dicen que tiene que irse y, en cambio, permiten quedarse a mi mujer.

Más tarde, en el patio, vemos un grupo de chiítas, que por su aspecto no parecen sirios, reunidos alrededor de un estandarte y dando grandes gritos. La gente se arremolina a su alrededor. Luego, el grupo se pone en marcha, los hombres alrededor del estandarte, gritando el nombre de Hussein y golpeándose el pecho, y las mujeres a un lado. Y empiezan a caminar en nuestra dirección. Tienen un aspecto poco tranquilizador, pero algunos sirios les hacen fotos... así que suponemos que no hay peligro, y también nosotros los fotografiamos. Son peregrinos que vienen a visitar la tumba del imán Hussein (que está en una sala, en el lateral del patio en el que nos encontramos nosotros en ese momento).

La sala de Hussein está de bote en bote. Nos cuesta trabajo llegar hasta la tumba, protegida, como la de Juan el Bautista, por una reja. Impresiona ver el fervor de los chiítas que se concentran allí. Claro que el fervor, cuando se vuelve contra los otros, se convierte en fanatismo. Es lo malo de las religiones.

Los del estandarte están también dentro de la sala. Ya no gritan.

Después de salir de la mezquita, comemos en el restaurante Old Town, en el barrio cristiano. Recomendable. Comedor muy agradable en un patio cubierto, sirven alcohol, buena comida y carta en inglés... ¡y con los precios!

Luego, como es nuestra última tarde en Siria, dedicamos un tiempo a las compras: dulces de pistacho y mantequilla en la zona de las pastelerías y algunos objetos de artesanía en Artisanat (conjunto de establecimientos situados en una antigua madrasa turca; un lugar precioso que merece la pena visitar, vaya o no a comprarse algo).

A la una y media de la madrugada partimos hacia el aeropuerto. Allí encontramos al joven sirio que conocimos en el viaje de ida, al que ahora acompaña su bonita mujer de ojos claros. Ambos harán el viaje de vuelta hasta Madrid con nosotros.

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