Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
Tashkent
El 11 de Julio de 2008 llegamos a Tashkent, vía Estambul, a las 4 de la madrugada. Todavía tenía que pasar una hora y media más para que pudiéramos salir del aeropuerto, después de pasar el control de inmigración. En todo caso, la cosa fue mucho más llevadera de lo que esperábamos (contábamos con tres horas), debido a que ya se tramitan los visados en España. Nada más salir conocimos a Yulia, de madre rusa y padre bujarense, que iba a ser nuestra guía en el país. Y tuvimos tiempo para dormir unas horas en nuestra habitación del hotel Markasiy (antiguo Sheraton venido a menos) antes de salir a recorrer la capital uzbeka.
12-7-2008. Por la mañana, lo primero que hicimos fue cambiar dinero en el hotel. Estábamos advertidos, y sólo cambiamos 50€. Aún así, nos dieron un montón de billetes tan grande que no habría cabido en ningún billetero. Tuvimos que guardarlo en una bolsa. El billete de más valor es el de 1.000 sums, y el cambio, en ese momento, era de 2.040. Es decir, 2.040 sums por 1 euro. A cambio de nuestro billete de 50 euros nos dieron 102 billetes de considerable tamaño... Si quieres sentirte rico, viaja a Uzbekistán.
Luego, salimos a hacer un breve recorrido por la ciudad. No había tiempo para más, ya que por la tarde íbamos a tomar un avión. De todos modos, quizá la ciudad tampoco merezca que se le dedique mucho tiempo, ya que el terremoto que sufrió en 1966 dejó en pie muy pocos edificios antiguos. El centro moderno, con anchísimas avenidas y enormes plazas con jardines, tiene un aspecto demasiado soviético para mi gusto. En la parte antigua, las madrasas que sobrevivieron al terremoto no pueden compararse a las que más tarde íbamos a ver en Bujará y Samarcanda. En cambio, resulta interesante curiosear en el enorme mercado, en el cual los uzbekos siguen comprando como lo hacían sus tatarabuelos (regateo incluído). No tuvimos tiempo de asomarnos a los barrios populares de esta populosa ciudad, ya que, después de comer, salimos hacia el aeropuerto para tomar un vuelo doméstico a Urgench.
Jiva
Aterrizamos en Urgench y continuamos por carretera hasta Jiva. Bueno, las carreteras de Uzbekistán están en mal estado, pero no son tan terribles como nos habían dicho. Las he visto peores.
Nuestro hotel, el Asia Khiva, está junto a las murallas de Itchan Kalá, la ciudad interior. Casi frente a una de las puertas. Desde nuestra habitación, en la planta baja, contemplamos el ir y venir de la población local, a pie, en bicicleta o en carros tirados por asnos. Estábamos deseando entrar en la ciudad, que, desde allí, parecía sacada de un cuento de hadas, pero ya era de noche, y nos dijeron que no había iluminación de ningún tipo y que esa zona estaba muy lejos del centro... En fin, que nos convencieron para esperar hasta la mañana siguiente.
13-7-2008. Día dedicado a explorar Itchan Kalá, el recinto amurallado de Jiva, que se conserva tal y como estaba cuando esta ciudad era la capital del Janato (o Khanato) que llevaba su nombre. En Jiva, ninguna mujer viste con ropas occidentales. Sólo algunos detalles, como las tuberías del gas (Uzbekistán es un país rico en gas) o los cubos de plástico con que los habitantes salen a por agua (la de los pozos de Itchan Kalá es salobre y no puede beberse), nos hacen recordar el año en que estamos.
Jiva está en un oasis en medio del desierto, y Julio es aquí el mes más caluroso del año (tenlo en cuenta si estás pensando en viajar a Uzbekistán: en Julio más calor, en Agosto más turistas; las mejores épocas, sin duda la primavera y el otoño). Así que, con un calor considerable que hay que combatir a base de litros y más litros de agua embotellada, contemplamos el colorista minarete inacabado que estaba destinado a ser el más alto de Asia Central (ver foto), visitamos madrasas y mezquitas y recorremos el palacio Tash Jauli, construído en la primera mitad del siglo XIX por el Jan (o Khan) reinante. El palacio, dado el clima de la zona, tiene patios en lugar de salones. Y en los patios, porches: los famosos porches de Jiva, decorados con azulejos y columnas de madera tallada. Estos porches, abiertos a los patios, están orientados de modo que en ellos nunca dé el sol. Y, para que además corra el viento, la pared de enfrente nunca supera la altura del porche. El harén del palacio está situado alrededor de un gran patio, en cuyo lado sur, resguardados del sol, están los porches (y las habitaciones) del Jan y de sus cuatro esposas. Enfrente, los aposentos de las concubinas.
Al atardecer, recorremos de nuevo las calles de Itchan Kalá, ahora más tranquilas, para tomar algunas fotografías.
Por la noche, en el hotel, un guía acompañante que va a seguir la Ruta de la Seda hasta China, nos cuenta muy preocupado que la mitad de su grupo está con diarrea y vómitos. Nosotros, que nos limpiamos los dientes con agua mineral pero no hacemos ascos a las ensaladas (todo ello siguiendo los consejos de Yulia), no hemos tenido hasta ahora mayores problemas. Pero las confidencias de este señor y alguna pequeña señal de disgusto emitida por mi aparato digestivo, probablemente debida a la ingesta masiva de agua fría y al cambio en la alimentación, nos hacen reconsiderar el tema de las ensaladas. Desde este momento, seguiremos a rajatabla las indicaciones del Ministerio de Sanidad.
Bujará
14-7-2008. Atravesamos el desierto en coche hasta Bujará. Salimos temprano, para no tener que parar a comer. A nuestro conductor le gusta pisar el acelerador, lo que, teniendo en cuenta la manera caótica de conducir de los uzbekos, a veces resulta inquietante. Pero llegamos a Bujará sin novedad a la 1 de la tarde. Nos alojamos en un pequeño hotel de reciente apertura y decoración oriental (bastante hortera) llamado Sultán, y salimos a comer. El hotel está en Liabi Jaus, la plaza en la que se encuentra el mayor de los estanques de la ciudad (que, en otro tiempo, estuvieron comunicados entre sí mediante canales). Y, junto al estanque, hay unas terrazas en las que sirven pinchos. Bueno, habría estado bien acompañar el pincho con alguna ensalada, pero no se puede tener todo.
Después de comer, nos lanzamos a recorrer la ciudad bajo el sol ardiente. Madrasas, calles, cúpulas comerciales... Pero, al cabo de un rato el calor se hace insoportable, y tenemos que refugiarnos en nuestra habitación con aire acondicionado del hotel Sultán.
Temperatura máxima en Bujará el 14-7-2008: 48º a la sombra.
A las 7 de la tarde, la temperatura ha descendido algo, y salimos a explorar la ciudad. Llegamos caminando hasta el complejo Kalon y la ciudadela (Ark), que visitaremos mañana. En Bujará, el tiempo no se ha detenido como en Jiva. En Bujará, algunos edificios históricos se han mantenido o se han reformado, los hay que se han reconstruído y otros han desaparecido. Muchos se han convertido en espacios para la venta de souvenirs a los turistas, pero también hay algunos, como la mezquita Kalon y la madrasa Miri Arab, que siguen dedicados al fin para el que fueron construídos hace siglos. Todos siguen siendo utilizados, de un modo u otro, por los bujarenses.
15-7-2008. Recorrido por la ciudad. Vamos en coche hasta el mausoleo de Ismail Samani para luego, caminando, visitar el de Chashma Ayub, la mezquita Bolo-Jaus, la ciudadela (Ark), el complejo Kalon (mezquita y minarete), la madrasa Miri Arab (sigue siendo una escuela coránica, por lo que no puede visitarse el interior) y la madrasa de Ulugbek (en la que realizamos algunas compras).
Después de comer en un restaurante desde cuya terraza se tiene una magnífica vista de la ciudad, y tras un breve descanso en el hotel, visitamos las madrasas Nodir Divan Begi y Kukeldash (la más grande de Bujará). Luego, caminamos hasta la mezquita Magoki Attari (siglo XII), en la que hay una exposición de alfombras, y curioseamos en diversas cúpulas comerciales y en un caravasar utilizado en la actualidad para el comercio (allí compramos un par de cosas a un miniaturista que decía ser el Picasso de Bujará).
16-7-2008. Hoy toca viajar hasta Samarcanda. Antes de abandonar Bujará, visitamos lo que queda de la madrasa llamada Chor Minor (cuatro minaretes). Luego, de camino hacia la mítica ciudad de la Ruta de la Seda, vemos el minarete de Vabkent (réplica, en menor tamaño, del Poi Kalon) y, en Ghijduvan, la madrasa de Ulugbek (hay tres madrasas de Ulugbek en Uzbekistán; ya vimos la segunda en Bujará; esta es la tercera; la primera no la veremos hasta llegar a la plaza de Registán -léase Reguistán-, en Samarcanda). Más adelante, nos detenemos en el rabat Malik (pequeño caravasar del que sólo queda la portada), enfrente del cual hay una sardoba (un antiguo depósito de agua).
Samarcanda
...Y, por fin, llegamos a Samarcanda, la ciudad que ha maravillado a tantos viajeros a lo largo de los siglos. Es hora de comer. y Yulia propone que vayamos a un restaurante especializado en pinchos. Así lo hacemos. El restaurante se llama Karembek (espero haber transcrito bien el nombre, que está escrito en caracteres cirílicos; en Uzbekistán, hoy por hoy, conviven los dos alfabetos, el cirílico y el latino). Los pinchos se eligen en un expositor que hay a la entrada del restaurante. Elegimos el que consiste en cuatro o cinco hermosas chuletas de cordero ensartadas y dos gigantescos pinchos hechos con trozos de cerdo. Los comemos en un salón enorme con aire acondicionado. Sin ensalada, pero con cerveza y, por supuesto, con pan uzbeko. Nos cobran el equivalente a 3,50 euros por persona (en Uzbekistán, una comida que incluya ensaladas y sopa puede salir por 5 euros).
Luego vamos, en coche, a la plaza de Registán. A veces, cuando uno ha sido advertido de lo bonito que es un sitio, piensa al verlo: "Pues no era para tanto". De Registán sólo diré una cosa: no creo que decepcione a nadie. Aunque, como nos explica Yulia, las madrasas estén reconstruídas, mientras que las de Bujará son originales.
Mañana veremos las madrasas. Hoy entramos al Museo Histórico. 2€ por persona más 10 céntimos por utilizar los malolientes servicios (que también hay que anotar los aspectos negativos de un país que ya se ha colado en mi cuadro de honor particular). Allí vemos, entre otras cosas, fotografías de los monumentos de Samarcanda antes y después de su restauración. El museo está vacío. Nos dicen que no hay dinero para tener la iluminación constántemente en funcionamiento, así que van encendiendo luces en las salas cuando vamos a entrar.
Nuestro hotel, el Panorama Grand, está muy lejos de Registán, pero volver en taxi nos cuesta sólo 1,50€. El hotel, reciéntemente abierto en un edificio de estilo soviético que está en una calle de estilo soviético, deja bastante que desear. Su decoración, que pretende ser lujosa, se queda en hortera. Y en cuanto a la profesionalidad de la gerencia, daría para escribir un libro (humorístico, por supuesto). Algunos detalles anecdóticos: la bañera está separada de la pared 1 cm, así que, al ducharse, el agua resbala por la pared, se cuela por detrás de la bañera y reaparece en el centro del cuarto de baño, donde hay (¡menos mal!) un sumidero; el grifo de la bañera es un enorme grifo de cocina, que hay que colocar hacia un lado para poder ducharse (eso sí, teniendo cuidado de no girarlo al máximo, porque el agua caería directamente al suelo); la cortina de ducha, de colores chillones, cuelga de una cuerda; las indicaciones del mando a distancia del aparato de aire acondicionado está escritas en caracteres chinos; no reponen el papel higiénico, así que hay que ir a pedirlo al mostrador de recepción (allí lo tienen guardado en un cajón, como si fuera un tesoro)...
17-7-2008. Visitamos el mausoleo Gur Emir (tumba del rey), en el que está enterrado Tamerlán (o Timur), el héroe nacional uzbeko que, en el siglo XIV, construyó un gran imperio con capital en Samarcanda. Por una propina, bajamos a la cripta donde está la verdadera tumba (los musulmanes deben ser sepultados bajo tierra, así que los sepulcros existentes en los mausoleos no contienen realmente sus restos). Visitamos el impresionante conjunto de Registán: las madrasas de Ulugbek, Tillakori y Sherdor. Luego, las ruinas de la mezquita Bibi Janum (o Khanum): Tamerlán la quiso tan grande que no pudo mantenerse en pie.
Comemos de nuevo en el restaurante Karimbek, esta vez con una excelente cerveza kazaja. A continuación, visitamos Shakhi Zinda, complejo de mausoleos, tumbas, mezquitas, etc. Luego, contemplamos los restos del observatorio de Ulugbek, visitamos el mausoleo del profeta Daniel, con su asombroso sarcófago de 18 metros de largo, y recorremos las salas del Museo Arqueológico de Afrosiab, del que, como era de esperar, somos los únicos visitantes.
18-7-2008. Volvemos a Tashkent. El hotel Markasiy, que nos había parecido un poco venido a menos en nuestra visita anterior, ahora nos parece un magnífico hotel de superlujo. En este mundo, todo es relativo.
Recorremos el mercado central de la ciudad moderna y descansamos en el hotel. A altas horas de la madrugada, nos despedimos de Yulia y tomamos el avión de regreso a Estambul.
Estambul
19-7-2008. Nuestro hotel en Estambul es el Conrad, un buen hotel de 5* que está en Besiktas, es decir, en el quinto pino. Es lo que tiene comprar un paquete cerrado. Bajamos caminanado hasta el palacio de Dolmabahce y el Bósforo y regresamos al hotel, por el que van a pasar a recogernos a la 1 para realizar la visita guiada comprendida en el paquete (hemos decidido aprovechar las entradas a Topkapi que incluye la visita).
Después de un extenso recorrido por los hoteles de la zona moderna de Estambul (a nosotros, por estar en el hotel más lejano, nos han recogido los primeros), visitamos la mezquita de Rustem Pachá ("pueden entrar diez minutos para hacer fotos"). Luego nos llevan al palacio. Una vez dentro, abandonamos el grupo y nos vamos directamente al restaurante Konyali (¡qué buenos recuerdos nos trae el restaurante del Topkapi!) para comer en la terraza, frente al Bósforo. Más tarde, recorremos, el palacio (los pabellones, las salas, las cocinas, el diván...).
Cuando salimos de Topkapi, caminamos hasta Santa Sofía y paseamos por los jardines cercanos. Luego, entramos en la Mezquita Azul. Es domingo, y hay mucha gente. Al salir, nos sentamos en las escaleras, al lado de una pareja turca de mediana edad acompañada de su hijo adolescente. Y entonces, a una señal del hombre, los tres se levantan y van a sentarse unos metros más allá, lejos de los perros infieles. Al cabo de un rato entra en el patio de la mezquita una turista vestida con minifalda, y el turco se pone brúscamente en pie y abandona el recinto, seguido por su familia. En Uzbekistán ese comportamiento habría resultado insólito. Pero estamos en Turquía.
Mañana pasaremos todo el día de viaje (regresamos a casa), así que decidimos tomar un taxi para volver al hotel. En la parada, preguntamos el precio al primero de la fila: 28 liras turcas (unos 15€). La zona de Santa Sofía y la Mezquita Azul está repleta de taxis libres (con esos precios, no es de extrañar), así que preguntamos a otro: 30 liras turcas. Nos damos la vuelta con un gesto que significa "¡Vete a hacer puñetas!", y el individuo nos sigue, pidiéndonos nuestro precio. No estamos dispuestos a ponernos a regatear el importe de la carrera, así que seguimos andando sin mirar atrás. Aparece un tercer taxista, que nos llama desde su vehículo: 20 liras. Nos subimos. Al llegar al hotel, le entregamos un billete de 50 liras y nos devuelve 25. Pero hemos tenido la precaución de no levantarnos de nuestros asientos, y, finalmente, el individuo accede a devolvernos las 5 liras que faltan: "Sorry", dice el muy cabrón.
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Relato de un viaje a Uzbekistán (Jiva, Bujará, Samarcanda...). |