Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
De Edimburgo a Stirling
El 26 de junio de 2017 aterrizamos en el aeropuerto de Edimburgo.Allí recogimos el coche de alquiler que habíamos contratado previamente por internet. Lo habíamos pedido con cambio automático, lo que siempre es recomendable cuando hay que conducir por la izquierda (a no ser que nunca hayas conducido un coche con cambio automático, porque en ese caso la opción podría complicarte la vida en lugar de facilitártela). Y partimos en dirección a Stirling, donde íbamos a dormir esa noche.
Después de dejar las maletas en la habitación de la guest house que teníamos reservada, salimos a recorrer la ciudad. Llegamos hasta las inmediaciones del castillo. Allí, en la parte alta de la ciudad, están la iglesia de Holy Rude, el cementerio de la Old Town, el palacio del siglo XVII llamado Argyll's Lodging y el antiguo hospital de Cowane. Es decir, la mayor parte de los focos de atracción de la bonita y tranquila (relativamente respetada hasta la fecha por el turismo de masas) ciudad de Stirling.
Al día siguiente volvimos a la zona para visitar el castillo de Stirling. La entrada es cara, pero merece la pena. No hay excusa para no visitarlo si estás en Stirling. Luego recorrimos de nuevo la ciudad y, antes de abandonarla definitivamente rumbo al noroeste, nos acercamos hasta el neogótico monumento a William Wallace, levantado en la cima de un monte cercano. El monumento tiene una gran importancia simbólica para los nacionalistas escoceses. Pero nosotros no somos escoceses, y tampoco muy aficionados a la arquitectura neogótica. Además, teníamos ese día muchas cosas que ver y muchos kilómetros por recorrer. Así que esa visita sí nos la saltamos.
De Stirling a Fort William
Nuestra primera parada en el camino de Fort William fue en el castillo de Doune, utilizado como plató cinematográfico en diversas ocasiones y que ha aparecido en series de televisión como Outlander y Juego de Tronos.
Segunda parada: los rápidos de Dochart (Falls of Dochart en inglés), en el pueblo de Killin. Son precisamente eso, rápidos, no auténticas cataratas. Justo debajo de los rápidos, la carretera atraviesa el río por la isla de Inchbuie, en la que está el antiguo cementerio del clan MacNab.
Luego, camino de Fort William, atravesamos el valle de Glen Coe. Valga la redundancia, porque glen es un término de origen gaélico que se utiliza para denominar los valles profundos (estrechos) de las Highlands, las Tierras Altas. Glen Coe está considerado como uno de los lugares más espectaculares de Escocia. Es impresionante. Y solitario: aquí no llega el turismo de masas. Todavía hay lugares en este superpoblado planeta en los que te puedes sentir solo en medio de un paisaje grandioso y dramático... Pero sólo podrás vivir esas sensaciones si viajas de forma independiente: no vale apuntarse a un viaje organizado por Escocia.
De Fort William a la isla de Skye
Después de haber dormido en Fort William, el 28 de junio partimos hacia la isla de Skye. Antes de llegar a la isla nos espera uno de los platos fuertes del viaje: el castillo de Eilean Donan, el más fotografiado de Escocia. Y es que, ciertamente, uno no se cansa de hacer fotos a este castillo levantado, en el siglo XIII, en una isla del lago Duich unida a tierra firme por un puente. El castillo de Eilean Donan es uno de los lugares más visitados de Escocia, pero no hay problema para aparcar en el enorme aparcamiento, con todos los servicios necesarios, construido a su entrada. Y no se tiene especial sensación de agobio por la presencia masiva de visitantes. Al menos en este día de junio.
Finalmente llegamos a la isla de Skye, tierra de montañas y rocas de formas caprichosas, surcada por riachuelos y escasamente poblada. No hemos tenido necesidad de tomar un ferry, porque la carretera A87 atraviesa el estrecho que separa la isla de Skye de Gran Bretaña, entrando en ella por un puente. Seguimos por la A87 hasta llegar a Portree, la capital, con su puerto natural enmarcado por casas pintadas de colores y situado entre escarpaduras.
Más tarde continuamos hacia el norte, hasta llegar a Kilt Rock, zona de acantilados que recibe ese nombre por su supuesta similitud con la típica falda tableada escocesa. Hay una zona de aparcamiento justo al lado de una cascada que vierte sus aguas directamente al mar desde una altura de 60m (ver fotografía más abajo).
Luego cruzamos de nuevo la isla en dirección sur, hasta llegar a Isleornsay, donde teníamos el hotel. No había sido por elección, sino por necesidad: sólo allí, y a un precio desorbitado, por cierto, habíamos encontrado hotel en la isla (se ve que no hicimos las reservas con la suficiente antelación). Era un encantador pequeño hotel, llamado Eilean Iarmain, situado frente a la isla de Ornsay. Se lo recomiendo a quien esté dispuesto a pagar 250€ por una habitación doble con desayuno. Esa noche cenamos en el pub del hotel, repleto de bebedores locales de cerveza y whisky venidos quién sabe de dónde, porque no hay muchas viviendas en los alrededores. Sólo por casualidad, y después de decir que estábamos alojados, pudimos conseguir una mesa.Cenamos el especial del día, un gran cuenco de pequeñas langostas de la zona guisadas con mantequilla. Y, por supuesto, cerveza escocesa.
De la isla de Skye al fin del mundo
El 29 de junio lo vamos a dedicar a recorrer el noroeste de Escocia, desde la isla de Skye hasta las cercanías de Ullapool. Tras atravesar el puente que une la isla a Gran Bretaña y dejar atrás Kyle of Lochalsh, llegamos a Plockton. Plockton es un pequeño pueblo pesquero situado en una bahía de Loch Carron, con una hilera de casas a orillas del agua (no tan coloridas como las de Portree pero igualmente pintorescas). Por cierto, los loches (lagos) escoceses no son siempre lagos de agua dulce: frecuentemente son brazos de mar, fiordos o bahías. Ese es el caso de Loch Carron, abierto al océano. Todavía no es mediodía. En nuestro paseo a lo largo de la línea de costa nos cruzamos con algunos viajeros. Pocos. Unas chicas se fotografían junto a una cabina telefónica, una de esas cabinas rojas que hoy en día no tienen otra finalidad que la ornamental.
Nuestro siguiente objetivo es la localidad de Applecross, en la península del mismo nombre. La península de Applecross está al norte de Plockton, pero para llegar hasta ella tenemos que dirigirnos durante un largo trecho al nordeste, para rodear Loch Carron. Luego, al entrar en la península, tenemos que dirigirnos al oeste para bajar hasta el pueblo. Habíamos leído que la bajada hasta Applecross es impresionante, por eso precisamente decidimos llegar hasta allí. Tengo que decir que buena parte de la ruta es realmente merecedora de ser recorrida. Se atraviesan espectaculares paisajes montañosos, algo así como si estuviéramos subiendo las montañas de Glen Coe en lugar de ir por el valle. Eso sí, siempre por carretera de single track, tan común en Escocia y en particular en las Highlands (una carretera de single track tiene una sola vía, pero circulación en ambos sentidos; en las single track escocesas hay ensanchamientos de trecho en trecho, normalmente señalizados con un cartel de Passing Place, que permiten que se crucen dos vehículos).
Luego, la carretera empieza a descender hacia Applecross. Todavía queda un largo, largo camino hasta llegar allí. Un largo camino por una carretera muy estrecha y en condiciones no demasiado buenas, toda curvas (en muchos casos sin visibilidad). Y single track, siempre single track. Estresante. Al final llegas al pueblo, que no tiene especial interés. Y luego tendrás que regresar por el mismo camino. Puesto que los paisajes que verás durante el descenso (y el posterior ascenso) no te van a sorprender demasiado si llevas varios días viajando por las Highlands, mi recomendación es clara: da la vuelta e inicia el regreso mucho antes, en cuanto la carretera comience a descender.
El día de las cascadas
Después de haber dormido en Dundonnell, en un hotel situado en medio de la nada (eso sí, en medio de una nada muy hermosa), donde nos atendieron, en la recepción y el restaurante, un par de chicas españolas, partimos en dirección a Inverness.
Nuestra primera parada del día fue en la garganta de Corrieshalloch, donde están las cascadas de Measachs (Falls of Measachs). Desde el parking pueden hacerse dos recorridos a pie, uno de los cuales lleva a un puente colgante sobre la garganta. Nosotros hicimos ambos. El día acompañaba, y los recorridos son preciosos. Con la habitual lluvia escocesa serán más incómodos, aunque, estoy seguro, igualmente hermosos.
Nuestra segunda parada fue en las Rogie Falls: de nuevo cascadas. Y también merecedoras de una visita. Desde el aparcamiento hay que caminar por un sendero para llegar hasta ellas.
Luego, siguiendo algunas recomendaciones que habíamos leído, en vez de dirigirnos hacia Inverness lo hicimos hacia Cromarty, situada al norte de la capital de las Highlands. Cromarty tiene un bonito centro histórico y un barrio de casas antiguas, que recorrimos, teniendo siempre a la vista las enormes plataformas petrolíferas del Cromarty Firth (tradúzcase como estuario, loch o fiordo).
Siguiente parada: las Fairy Glen Falls. En el pueblo de Rosemarkie, perfectamente señalizada y partiendo de una zona de aparcamiento, está la ruta de senderismo que conduce a estas dos cascadas, atravesando un valle que discurre al lado de la carretera y que, efectivamente, parece sacado de un cuento de hadas. El valle está surcado por un arroyo, y la ruta cruza en varias ocasiones de una a la otra orilla mediante puentes. La longitud del sendero no llega a 1,5 km, menos de tres km en total entre la ida y la vuelta al parking. También en este caso tuvimos suerte y no nos llovió.
Antes de llegar a Inverness hicimos una última parada en Fortrose (al lado de Rosemarkie), localidad que fue sede episcopal en la Edad Media y conserva las ruinas de una catedral construida, en el siglo XIII, en piedra arenisca roja. La catedral de Fortrose aún alberga las tumbas de algunos nobles y obispos que fueron enterrados allí cuando era un lugar de culto.
De Inverness a Aberdeen
Inverness es una ciudad que merece ser visitada, con un centro histórico apropiado para pasear. Eso hicimos en la mañana del 1 de julio. Junto al puente peatonal sobre el río Ness está la Old High Church, la iglesia más antigua de la ciudad, con su cementerio anexo. Cerca del puente siguiente, río arriba, está el "castillo" de Inverness, del siglo XIX (sí, has leído bien; el de Inverness no es precisamente un castillo medieval).
De camino a Aberdeen nos desviamos para visitar el castillo de Fraser, levantado a finales del siglo XVI en medio de un bosque. El edificio está rodeado de un enorme jardín, y cuenta, como todo castillo escocés que se precie, con sus leyendas de fantasmas. La visita puede durar cerca de dos horas, a las que hay que añadir el tiempo que supone haberte desviado de la ruta (y el que puedes destinar a pasear por el jardín). ¿Merece la pena? Si.
De Aberdeen a Dundee
La mañana del 2 de julio la dedicamos a ver Aberdeen, una ciudad más interesante de lo que podría pensarse. Primero fuimos al Old Aberdeen, que hasta el siglo XIX era una ciudad independiente y hoy es sede del campus principal de la Universidad de Aberdeen. Allí está la capilla del King's College, del siglo XV. También la catedral de St Machar.
Desde el Old Aberdeen fuimos al centro histórico. Al final de Union Street, la calle principal, está la plaza conocida como Castlegate, que es el corazón de la ciudad. En ella está la Mercat Cross, que señalaba el lugar en torno al cual tenía lugar el mercado: se trata de una construcción del siglo XVII profusamente decorada, formada por arcos que se alzan sobre una base hexagonal y que tiene una columna central en cuya cúspide hay un unicornio (símbolo de la corona escocesa). Al fondo de Castlegate, en el sitio que en otros tiempos ocupara el castillo, se encuentra hoy el edificio almenado del Ejército de Salvación (que es, para entendernos, un castillo de imitación).
Dejamos Aberdeen para dirigirnos al castillo de Dunnottar, cuya importancia reside en su emplazamiento absolutamente espectacular, entre acantilados, en una pequeña península. El castillo de Dunnottar, como el de Eilean Donan, pide fotos y más fotos. Las hicimos desde un lado, desde el otro... Bajamos a la playa rocosa que hay al pie del castillo. A la vuelta comenzó a llover. Un buen chaparrón, que nos hizo llegar calados al aparcamiento (porque también este castillo tiene un aparcamiento, donde puedes dejar tranquilamente el coche y desde el que tienes que continuar a pie).
Y llegamos a Dundee, la cuarta ciudad de Escocia por tamaño, en la que habíamos reservado habitación para esa noche. Dundee tiene un importante pasado industrial y escasos atractivos para el viajero. La recorrimos esa tarde, y nos llamó la atención su Mercat Cross, mucho más sencilla que las de Aberdeen o Edimburgo, ya que consiste sólo en una columna, rematada por el unicornio, colocada en un pedestal. Caminando, llegamos hasta el lugar de la bahía donde se exhibe el RSS Discovery, el velero con el que Scott exploró la Antártida en 1902 (no pudimos subir a bordo porque habíamos llegado fuera de hora). Esa noche cenamos en un buen, buen restaurante chino.
De Dundee a Edimburgo
De camino a Edimburgo paramos en Perth, que fue en la Edad Media capital de Escocia. En su centro histórico estuvimos viendo la iglesia de San Juan Bautista (St. John's Kirk), construida en el siglo XIII, aunque fue ampliada posteriormente. Nuestro viaje estaba llegando a su fin, y en un centro comercial cercano realizamos nuestra último avituallamiento escocés (emparedados, cerveza, frutos secos... todo lo necesario para llegar en buena forma desde el desayuno hasta la cena).
La siguiente parada fue en Loch Leven, en el pueblo de Kinross. Nos tomamos los emparedados junto al lago, en Kirkgate Park, y luego llegamos en coche hasta el final del parque, situado en una punta que se adentra en el agua. Allí, a la izquierda, hay un pequeño cementerio que es, posiblemente, el mejor lugar para contemplar desde tierra firme el castillo de Loch Leven, que se alza en una pequeña isla del lago. En ese castillo estuvo prisionera en el siglo XVI María Estuardo, reina de Escocia.
Y luego llegamos a Edimburgo. Esta ciudad ya la conocíamos, pero es de esas ciudades que uno puede visitar una y otra vez sin cansarse. Aparcamos en la New Town, cerca de la Royal Mile y del castillo (aparcar en la calle es muy caro, pero sólo hasta las 18.30; a partir de esa hora es gratis) y caminamos por la ciudad vieja... que encontramos abarrotada de turistas. Pero realmente abarrotada, como no habíamos visto ningún otro lugar de Escocia. En diciembre hace mucho, mucho frío en Edimburgo, pero no sé si aconsejarte que viajes a la ciudad en ese mes, como hicimos nosotros la primera vez. O en enero, o en febrero. Quizá la mejor elección sea hacerlo en primavera o en otoño, sobre todo si piensas darte además un paseo por las Highlands. Tú verás qué te resulta más insufrible, si el frío o las aglomeraciones.
Recorrimos la ciudad, incluidas zonas que no conocíamos. Hasta nos perdimos, y tuvimos que comprobar nuestra ubicación en Google Maps. Vimos de nuevo la Mercat Cross, semejante a la de Aberdeen pero con los arcos ciegos. Y entramos en la catedral de St Giles diez minutos antes de que la cerraran, y nos pareció tan majestuosa como la primera vez que la vimos. Luego buscamos un par de restaurantes de los que habíamos leído opiniones elogiosas, pero resultaron ser tan caros que decidimos ir a cenar al hotel. Y resultó bien. Por cierto, allí nos atendió un camarero catalán, que nos contó que había estudiado arqueología. Ya había renunciado a "trabajar en lo suyo", había cambiado su perspectiva y ahora trabajaba simplemente para vivir. Y estaba estudiando fotografía porque Escocia paga un sueldo a los estudiantes. En lugar de invertir el dinero en carreteras, pensé yo. Y me pareció que los escoceses lo están haciendo bien.
El 4 de julio amaneció lluvioso. Nuestro vuelo salía por la tarde, así que decidimos acercarnos al pueblecito de Cramond, al noroeste de la capital. Estuvimos viendo los vestigios de un fuerte romano que hay al lado de la iglesia, y luego, después de pasear por el inevitable cementerio anexo, nos colamos en el templo, en el que se iba a celebrar un funeral. A continuación nos acercamos a la desembocadura del río, donde hay un pequeño puerto deportivo. Como seguía lloviendo, decidimos ir después al centro comercial Ocean Terminal, en el puerto de Edimburgo. Allí está el Britannia, antigua embarcación de la familia real inglesa. No era esa circunstancia la que nos había animado a llegar hasta allí, y no lo visitamos.
Comimos en el centro comercial y, como había dejado de llover, decidimos utilizar el tiempo que nos quedaba para volver al centro de la ciudad y visitar la Galería Nacional de Escocia, que posee una notable colección de pintura (entrada gratis y aparcamiento en la calle, de pago pero muy cercano). Fue una buena manera de despedirse de Edimburgo. Hasta la próxima.
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Relato de un viaje a Escocia. |