Por CARLOS CALVO RODRÍGUEZ
Os voy a relatar el viaje que hice el año pasado y que ha sido sin lugar a dudas la mejor experiencia de toda mi vida, en la cual he recorrido muchos países (aunque cuanto más viajas más cuenta te das de todo lo que te falta por conocer).
En primer lugar, comentar que casi siempre intento viajar por libre pero como era la primera vez que voy a África (exceptuando Marruecos y Egipto) pues decidí ir con agencia. Estuve buscando eso sí una agencia que me ofreciera algo un poco fuera de lo normal, ya que hoy el día los viajes están tan paquetizados que los turistas parecen una especia de manada de ñus moviéndose todos al tiempo por los mismos sitios. Y por lo que pude ver después, las pocas veces que me crucé con turistas fue que no me equivoqué y que todos iban encajonados haciendo absolutamente lo mismo (que está genial, todo hay que decirlo, pero que para mi gusto personal no me encaja).
Bueno, vayamos por el principio que suele ser por donde debe empezarse... tras mucho buscar contraté con una empresa de Madrid que se llama Turimagia. Barajé otras dos compañías que también suelen tener viajes siempre un poco especiales y algo diferentes del resto, sobre todo una de ellas como es Nuba con la que he viajado varias veces y suelen tener unos viajes espectaculares, pero tras un problema que tuve con ellos en mi último viaje me hizo decidirme por probar con Turimagia con los que había viajado en alguna otra ocasión en el plan que a mi me gusta (algo organizado y bastante de aventura), hace dos años hice un viaje por Egipto contratando el paquete de vuelo y hoteles pero no haciendo ni una sola excursión organizada, que es donde te meten unos precios de escándalo. Pero bueno, en otro cuaderno de viaje también ya os contaré el viaje por Egipto que también fue increíble.
Retomo, conté al responsable de la empresa como me gusta viajar y en pocos días me ofreció un viaje que era justo lo que buscaba.
El viaje duró 12 días y consistía principalmente en convivir y vivir la sabana con guerreros masais 8 días y finalmente pasar 4 días tumbado en la playita en Zanzíbar (Tanzania). Volamos a Nairobi y nada más llegar ya empezaron las sorpresas ya que no vino a buscarnos el típico autobús de turistas o mini-autobús. El grupo éramos 11 personas, 5 parejas y yo que iba sólo ya que al final mi pareja no pudo venir (buen detalle no me variaron el precio con el típico incremento que nos suelen clavar a los solteros, tema para tratar aparte!! Jeje). Como decía, lo que nos esperaba al salir era un pedazo camión militar de esos de ruedas enormes con asientos a los lados y con capota de lona cubriendo el techo, en este caso sin ella por lo cual íbamos a cielo descubierto. Este camioncito, según fui descubriendo y os iré contando, fue una de las estrellas del viaje… Nos desplazamos dos horas en el camioncito, tragando polvo y dando clase a nuestros recién estrenados trajes de exploradores del Coronel Tapioca. Pero al mismo tiempo ya podías ir mirando desde arriba las peculiaridades del país, sus gentes, los niños riendo y corriendo tras el camión y tras salir de la zona urbana, los primeros paisajes africanos. No paramos en Nairobi (pasaríamos el último día antes de volar a Tanzania).
Cuando ya estábamos en la mitad de ninguna parte (lo siento pero soy muy malo para los nombres y además es que me importaba muy poco como se llamaba la zona), llegamos a un campamento donde nos esperaban nuestros próximos compañeros de viaje, los guerreros masais. Todos habéis visto las imágenes de estos peculiares guerreros en la televisión pero cuando te presentan a uno de ellos lo primero que se te quedará grabado en el cerebro será su olor!!, huelen increíblemente fuerte (más tarde averiguas la razón). Nos esperaban unos 10 guerreros que nada más llegar nos hicieron su ritual de bienvenida con sus cantares, sus famosos saltos en vertical y las primeras risas cuando te invitaban a unirte a ellos y te ponías a pegar saltos y a abrazarte a ellos danzando… a la mierda ya del todo el traje del Coronel Tapioca!!... ni el mejor detergente ya quita ese olor, jejeje.
Al acabar el bailoteo y ya roto el hielo de los saludos e intentar aprendernos sus nombres y ellos los nuestros nos hicieron el ritual de matar una cabra (gran honor y que sólo se hace en ocasiones muy especiales), desangrarla, beber la leche caliente (gran honor pero que nadie tuvo huev… en tomar, jeje), desollar al animal y preparar en el fuego la cena. La noche ya se iba echando encima y la primera noche espectacular de estar sintiéndote que estás cenando rodeado de masais, iluminados con candiles, mirando las estrellas (los de Madrid no sabíamos que había tantas) fue increíble. Nos quedamos charlando hasta que las fuerzas no nos dejaron más y nos fuimos a dormir a nuestras tiendas de campaña, porque ese era el alojamiento los primeros días… nada de lodge de lujo ni nada parecido, tienda doble de campaña, saco de dormir y a sentir a los animales de cháchara alrededor, y como baño… una tienda con un agujero excavado en la tierra en la que si tenías ganas y valor te levantabas a mitad de la noche, abrías tu tienda, te ibas a la tienda-baño, saludabas a los masais que estaban de guardia y una vez en la tienda te bajabas los pantalones con cuidado y ale... a rezar que en esos momentos un león no apareciera por la tienda. Porque… los oías, jope si los oías. Parecía que les tenías al lado, en plena noche que es cuando salen a cazar y más actividad realizan, parecía que les teníamos al otro lado de la lona. Pero nos aseguraron que no atacaban tiendas y sobre todo que no se acercarían por los masais (hasta empezaba a gustarte que olieran tan fuerte!! Jeje), y creo también que porque nuestra carne no debe de tener muy buen sabor, jeje.
A la mañana siguiente nos levantamos, tomamos nuestro desayuno y nos fuimos a andar por plena sabana, sí, sí nada de autobús de lujo con aire acondicionado y bebidas fresquitas en la guantera y al final del día piscinita en el hotel (que está genial, no creáis que soy masoca, pero que el probar lo que vivimos tampoco tiene precio). Nuestro campamento se movía hacia nuestra próxima parada de la comida y luego hacia donde hacíamos noche, por lo cual nos quedábamos con nuestro guía, los masais y 11 Coroneles Tapioca. Y por ahí íbamos cuál colegiales por medio del campo, trotando entre los arbustos y por la sabana tan felices, charlando, riendo hasta que te acordabas que en cualquier momento detrás de un arbusto podía aparecer algún búfalo, serpientes, leones… vamos lo normal de los días de campo.
Y todavía parecía más una excursión del cole cuando de repente veías que los masais iban cogidos de la mano de dos en dos, charlando y riendo como si nada, con su lanza y un palo con la cabeza gorda. Vamos que los mirabas y pensabas… ¿y estos son nuestros guardianes? ¿y son estos la terrible tribu de indomables guerreros famosos por su valentía y bravura? Nos fuimos enterando que suelen ir así como signo de amistad, y poco a poco nos fueron cogiendo de la mano a casi todos (escuchando las risas de tus compañeros que iban por detrás jeje hasta que les tocaba a ellos), y en breve íbamos una mezcla de Tapiocas e Indios de la mano saltando y riendo por la campiña que ríete de las carrozas del día del orgullo gay.
Eso sí, a veces de repente se paraban y nos mandaban callar, entonces se separaban y nos rodeaban, se agachaban cogían algo de tierra, apretaban la lanza en alto y se iban a mirar lo que fuera que les hubiera preocupado. Vete a saber si a veces para darle emoción al tema, pero el guía que convivía con ellos desde hace muchos años nos dijo que no podíamos estar más seguros allí que con ellos. De todas formas te preguntabas si no vendría mal que alguien tuviera un pedazo de rifle de esos de tumbar elefantes…. aunque fuera por si acaso!! Y en esas ocasiones te dabas cuenta que la sabana tampoco es como pasear por el campo de tu pueblo. Es tierra de peligros y animales salvajes y el peligro puede estar detrás de un arbusto cualquiera donde los búfalos viejos y medio ciegos ya no van con la manada y al oír ruido pueden ponerse nerviosos y arrancar en estampida contra el ruido, o como a nuestro guía que una vez al bajarse del camión para ir a hacer pis se le colocó a medio metro una serpiente pequeñita verde como las ramas que si te muerde jodido lo tienes de llegar al hospital.
Pues eso que íbamos intimando con los masais que según les vas conociendo te sorprenden por otra cosa, y es que son unos niños. En las tribus masais desde muy pequeñito decides si quieres ser un guerrero o pastor. Si decides ser guerrero con unos 12-13 años te vas con otro masai-experto o maestro a vivir en la sabana durante 4-5 años sin poder tener contacto con mujeres, civilización… vamos que no pueden ir a las ciudades a comprar. Tienen que vivir en la sabana, comer de lo que cazan, y aprender a vivir. Al menos eso fue lo que nos contaron, la parte de fantasía que nos contaran pues no lo se… Pero bueno, que eso, aunque es muy difícil saber su edad (ni ellos mismos lo saben a ciencia cierta), la mayoría de ellos tendrían entre 16 y 20 años, y te sorprende todavía más que esos aguerridos guerreros fueran chicos tan jóvenes. Tras estos años de aprendizaje ya pueden volver a su pueblo, buscar esposa e intentar prosperar teniendo cuantas más ovejas, cabras y vacas posible (signo de riqueza de menor a mayor en ese orden). Es por ello que siempre estaban riendo, de juerga, haciéndose bromas entre ellos y aprovechando cada ocasión para competir (quien disparaba mejor el mazo para dar a un árbol lejano, quién lanzaba más lejos la lanza clavándose en la tierra…) y en cada acción celebraban con júbilo el que ganaba y se reían del que perdía (jugando pero así seguir entrenando en el día a día).
Y mientras tanto la sabana te iba sorprendiendo. A veces podía pasar tiempo sin que viéramos animales, pero de repente veíamos jirafas, elefantes, ñus… y puedo asegurar que verlos con los pies en la tierra no tiene nada que ver con verlos dentro de un autobús, como también haríamos en los parques nacionales como Masai Mara y que es lo que hace el 99% de los turistas como más tarde comprobamos. Eso también es curioso, dentro de un autobús un animal salvaje te deja que te acerques a 2 metros de distancia, lo cual es espectacular estar a pocos metros de una manada de elefantes, búfalos, cebras… mirándoles al detalle y admirando su belleza a corta distancia, pero para mi gusto, y eso que por ello nunca fui a un zoo, me parece que es como ver un documental en la TV o mirarlos en un zoológico. En cambio, cuando estas pie a tierra los animales no te dejan acercarte más que a una distancia de seguridad (dicha distancia era distinta para los Coroneles Tapioca que para los masais, estos últimos son reconocidos más como depredadores y si nosotros podíamos acercarnos a 70 metros ellos tenían que pararse a 100 metros). Y admiras como puedes tocar casi con la mano esa distancia. Un antílope podía estar comiendo hierba a 70 metros tranquilamente, tu avanzabas 10 metros hacia él y este se movía esos 10 metros y seguía a lo suyo, no se iba ni 20 ni 30, a 10 metros ya no eras peligroso y le bastaba, si avanzabas otros 5 metros, otros tantos que se movía. Ni que decir lo que es ver a más de 200 metros a una manada de elefantes, aquí ya los masais no sonreían y al ver mover al macho las orejas (signo que le estábamos cabreando un poquito) salir todos muy despacito echando leches hacia atrás y eso que estábamos bastante lejos, la adrenalina subía que ni en la montaña rusa.
Y así fueron pasando los días, aprendiendo como es el día de los masais, enseñándonos estos como cazaban, como seguir a un pájaro que sabían que comían miel y que les guiaría hasta algún panal, hacer humo debajo y comer miel pura. Como saber donde encontrar agua, que plantas usaban para sus dolores de cabeza, heridas… vamos que fue como darnos un tour por su Gran Vía, Paseo de la Castellana y entrar al Mercadona. Luego por las noches nos quedábamos hablando (aprendiendo suahili, que es lo único que hablan, ya que de inglés nada de nada, menos uno de ellos que sabía algo y nos servía de traductor), cenábamos en medio de la noche y rodeados por antorchas, era mágico.
Y sobre todo hay un hecho que se me quedará grabado toda la vida y que no conozco a nadie que haya ido a estos viajes y hayan realizado un safari nocturno. Estábamos una noche tomando el café tras la cena, ya tarde sobre la una de la mañana y con algunos compañeros ya durmiendo. Por cierto, tras la adaptación a los olores de los masais, algunos dormían junto a ellos fuera de la tienda con las estrellas como techo. Hablábamos con nuestro guía mientras oíamos de vez en cuando a los leones rugir cerca nuestro y nos dijo que estaban muy cerca. Alguien le preguntó medio en broma que si no podíamos salir a verlos con el camión y cual fue nuestra sorpresa cuando va el tío y dicen, pues vale! Menudo subidón. Fuimos corriendo a despertar al resto y saltamos al camión y ahí que nos lanzamos por la negrura de la noche a la búsqueda de los leones. Ni que decir tiene que no tiene nada que ver la sabana de día que por la noche, la noche es la hora punta allí y con los focos pudimos ver montones de animales que por el día no habíamos visto, o habíamos visto pero tumbados, debajo de una sombra o mucho más pasivos. Al darles con los focos en los ojos parecían que tenían luz en sus ojos y era increíble ver una manada de cebras o ñus mirándote y ver cientos de lucecitas clavadas en ese ruido infernal del motor del camión. Pero, nosotros queríamos ver leones y estuvimos mucho rato buscándolos, pegando botes arriba y abajo con el miedo de caernos en una zanja. El camión llevaba buenos faros y dos masais iban a cada lado con dos potentes reflectores alumbrando los laterales. Y de repente les vimos, primero a un macho que acaba de cazar un cervatillo pequeño y estaba comiéndoselo, fue increíble. Nos colocamos a unos 60 metros, que es lo que alcanzaban los focos y al alumbrarlo nos miró, rugió con toda la boca llena de sangre y siguió comiendo pero mirándonos de vez en cuando con sus ojos encendidos por la luz. Estábamos sin palabras, apretándonos entre todos de la emoción ya que no podíamos hablar. Nos dijo el guía que los animales no podían vernos, veían la luz del foco y detrás no podían ver lo que había. Por supuesto, oían al camión, nos olían pero no sabían exactamente donde estábamos por lo cual era difícil que atacaran si no se sentían muy amenazados.
Seguimos nuestra aventura y un rato después nos encontramos con otro león, al acercarnos se tumbó al suelo mirando hacia la luz y rugiendo de forma increíble. Se levantó y se alejo despacio unos metros y se volvió a tumbar. Nos acercamos más con el camión y nos colocamos más cerca, el tío volvió a rugir más y más (ahí ya estábamos alucinados). Volvió a levantarse y se alejó, volvió a tumbarse y nosotros todavía nos acercamos más a él, y nos quedamos como a unos 20 metros de distancia. Ahí ya le veías hasta las amígdalas y nadie nos tenía que recordar que no habláramos ni hiciéramos ruidos porque estábamos como estatuas. Ni que decir tiene que la distancia parecía muy poca, pero como buenos ignorantes te confías a que el guía, que conducía, sabría lo que era conveniente. El león se notaba que estaba muy nervioso, veía una gran luz y oía un rugir del motor grande, peor aún olía a mucho tonto Tapioca y sobre todo a su enemigo natural el masai detrás de esa luz, pero al no poder distinguir las formas no podía atacar sin saber donde estábamos. Y aquí ocurrió lo que podía haber salido en los periódicos. El masai del lado contrario del camión (recordar que es de estos abiertos sin paredes ni techos), metió su foco dentro del camión y nos hizo un contraluz a los que estábamos dentro, en esto que el león al ver las sombras se levanta de repente en una milésima de segundo, dio un par de zancadas y se preparó a saltar dentro del camión. Ni que decir tiene que yo estaba el primero de ese lado. El guía al darse cuenta del tema metió la marcha para salir pitando y de repente no le entró por lo cual el camión no se movió pero el motor pegó un acelerón de narices y eso asustó al león cuando a punto estaba de saltar, de repente giró hacia un lado y se fue para desaparecer en la noche.
¿Cómo creéis que nos quedamos? Unos segundos todos callados como si pasara un ángel y de repente todos empezamos a gritar, que qué alucinante, que increíble, que si has visto eso… que bla bla bla. Hasta que de repente me di cuenta que a mi derecha llevaba a dos masais que estaban muy callados y serios y pensé que quizá el tema se nos había ido un poco de las manos. Cuando el león fue a atacarnos me di cuenta que ellos intentaron ponerse de pie y coger sus lanzas pero éramos tantos y todos juntitos que no les dio ni tiempo. Un masai como parte de su entrenamiento mata leones pie a tierra, con sus lanzas y mazos pero luego me dí cuenta que encima de un camión, con gente alrededor y una lanza sin mucha operativa no era muy útil para habernos defendido.
Pero todo eso lo fui razonando posteriormente más tarde. En ese momento y todo el rato que volvíamos al campamento todos íbamos hablando al tiempo sin parar, sin escucharnos casi del subidón de adrenalina que teníamos. Estuvimos luego más de 3 horas en el campamento que no podíamos ni irnos a dormir de la emoción. Al final el guía nos pidió disculpas porque nos reconoció que por darnos el gusto de que viviéramos algo increíble había puesto algo en peligro nuestras vidas. Más tarde piensas que podía haber ocurrido si el bicho este se mete dentro del camión… uufff entró un tembleque. Hizo reflexionar que la naturaleza en bruto como es la de Kenia no suele permitir muchos fallos ni actos estúpidos.
Ni que decir tiene que nunca he vivido una experiencia tan alucinante como ese safari nocturno y nunca tuve esa sobrecarga de adrenalina (pocas cosas me alteran o sorprenden). Tampoco os voy a contar a los pocos que no se animaron a venir porque les dio pereza vestirse y se quedaron durmiendo en sus tiendas, la cara que se les quedó cuando les contamos la aventura.
Y así siguieron los días, cada día distinto al otro, cada momento algo nuevo y cogiendo más y más cariño a nuestros guerreros masais. Nos enseñaron a lanzar la lanza, el mazo y sobre todo a como sin nada se puede estar todo el día alegre y con una sonrisa en la boca.
Tras unos días con ellos tocó la despedida, bastante triste por supuesto, y nos fuimos para entrar al parque natural de Masai Mara. Aquí es cuando tras varios días sin ver a ningún occidental nos encontramos de golpe con toda la marabunta de los turistas. Para los que hayáis estado por allí sabéis lo que es. A la hora que abre el parque ya en la puerta hay más de 20-40 minibuses con techo abierto por el que se asoma el turista. Dentro del minibus van sus 6-8 turistas con sus super camáras y totalmente disfrazados de Tapiocas (pero limpitos, limpitos, oliendo perfectamente, duchaditos y todos con sus super cámaras dispuestas a tomar 20 instantáneas por segundo a todo lo que se mueva). Y aquí apareceos nosotros con nuestro super camión, oliendo a masais, nuestra ropa rebozada ya en el polvo de la sabana y creyéndonos un poco el Dr. Livingstone frente a los aprendices de exploradores. Pero tampoco quiero menospreciar al resto de turistas, hablando con otros españoles todos estaban encantados, estaban en hoteles alucinantes con todas las comodidades posibles viendo muchos animales en los safaris fotográficos por los parques nacionales. Habían visitado algún poblado masai donde habían comprado sus recuerdos y se habían hecho fotos con masais con rolex que según nos contaban muchos se quitaban luego la ropa y se iba a sus casas de la ciudad donde vestían jeans y camisetas. En los parques nacionales está prohibido bajarse del coche y sólo puedes ver los animales desde dentro.
Cuando contábamos que habíamos estado viviendo en plena sabana, andando por ella, durmiendo en ella, y conviviendo con masais, la mayoría nos miraban alucinados. Repito son dos formas de viajar, para cada gusto colores. Pero para mi a los turistas les llevan como si fuera un parque de atracciones y no tienen esa sensación de libertad, riesgo y aventura que todo el mundo creo que asocia a Africa. Y es que la entrada, como sabreis los que estuvisteis, se hace en manada. Todo el mundo llega de los hoteles y al abrirse las puertas del parque entran todos en tropel. 15-20 minibuses en tropel se lanzan por un camino en busca de animales que no tardan en aparecer (andando quizá te pasabas horas sin ver uno). Ni que decir tiene que tras el miniautobus número 4 el resto sólo ve una nube de polvo que levantan los de delante. Y de repente cuando un autobús ve un animal de los que todo el mundo quiere ver (leones, elefantes, panteras…) de repente se apelotonan un montón alrededor y todo el mundo a disparar sus cámaras. El pobre animal pasa del show y sigue a su rollo adormilado (¿y quien quiere moverse con este calor?) y se deja fotografiar. Es muy bonito, porque te deja el animal que te acerques a escasos metros y puedes ver al animal a tus anchas (eso sí entre dos autobuses de japoneses que llegaron antes, o haces tiempo hasta que se marchan mientras los conductores azuzan al resto para que sus clientes tengan buenas vistas). Y esto es así con casi todas las agencias de viajes. Además, los animales nos suelen ni cazar, ni dejar a sus crías cerca de donde pasa esa marabunta de vehículos, una cosa es dejarse hacer fotos y otra ser tontos.
Con el camión nada más entrar dijimos, hasta luego Lucas!!... y nos fuimos por otro caminos (caminos cruzando zanjas, riachuelos…) por donde estos minibuses no pueden pasar pero sí un camión con ruedas de 1 metro de altura. En unos minutos estábamos otra vez solos dentro de Masai Mara pero con la libertad de sentirnos que éramos los únicos turistas de la zona. Creo que una buena comparativa puede ser imaginarse lo que sería que te cierren la Capilla Sixtina para que entréis sólo 10 amigos.
Durante un par de días descubrimos también los maravillosos hoteles de lujo (lodges). Nosotros no estuvimos tampoco en ningún mastodonte con 100 habitaciones sino en pequeños hoteles con tiendas de campaña muy grandes con tu habitación con cama doble, escritorio, zona de estar, baño completo, porche con una pequeña zona común con su piscinita y demás. El típico hotel con encanto más que con lujos como entendemos al hablar de un hotel occidental.
Y para ir acabando pues tocó pasar por Nairobi, comer en el super famoso Carnivore, ir a una discoteca local donde tras las advertencias del guía que creíamos exageradas pudimos comprobar que no era así y las chicas se pegaban por ligar con nosotros y en cambio a las chicas blancas ni las hacían ni caso… vamos el mundo al revés jeje. Y de ahí pues volamos a Zanzíbar.
Igual que la parte central del viaje primaba la aventura y el descubrimiento del país frente a cualquier comodidad, la idea de terminar en Zanzíbar se resumía en darse la vida padre en un super hotel de super lujazo, comer bien, bañitos en piscina y puro disfrute. Por ello cuando llegamos a Zanzíbar, a la costa oeste que es menos turística pero más cercana a la capital Stone Town, nos extraño nada más llegar al hotel que no veíamos a nadie en el hotel. Dando un paseo por la piscina, no había turistas, por los pasillos… nadie, en la playa… nadie. Poco a poco nos fuimos percatando y descubriendo el pastel. Por Internet descubrimos que ese hotel se había quemado hacía unos meses y todavía estaba reconstruyéndose, pero claro todavía no debía de tener los permisos para abrir y había un ala del hotel donde estaban trabajando los albañiles. Así que mientras estábamos tumbados en la playa a unos metros estaban los albañiles con sus carretillos tirando escombros en la arena, oíamos ruidos de trabajos así que fuimos a hablar con el director que por supuesto nos aseguró que todo estaba bien y que el hotel estaba a pleno rendimiento. Nuestra decepción por un sitio paradisiaco se iba difuminando. Y no es que estuviera nuestra zona mal, era que no era lo contratado, un hotel de cinco estrellas superior. Pero como era domingo pasamos la noche y a la mañana siguiente llamamos a España, al responsable de Turimagia al que expusimos nuestro problema. Éste se puso en contacto con el director con el que estuvo discutiendo ya que este último le aseguraba que todo estaba perfecto. Pero el director de Turimagia nos creyó y nos ofreció que buscaramos el hotel que quisieramos de la isla y que nos autorizaba el cambio. Así que unos cuantos fueron en taxi a la costa este que es donde estan los mejores hoteles y cuando volvieron con un precio negociado con los directores de los hoteles nos trasladamos a uno de ellos que sí fue esa maravilla que estabamos todos esperando. Eran bungalows de unos 45 m2 para cada pareja (uno solito para mí), una playa que no he visto igual en mi vida de arena blanca compacta como si fuera una moqueta de gimnasio y donde pasamos unos días estupendos tomando el sol y yo sobre todo buceando ya que es una de mis pasiones. En el mismo hotel había una escuela de buceo dirigida por un italiano muy majete con el que íbamos al otro lado del arrecife y pudimos ver una fauna y flora espectacular.
Y así concluyó este maravilloso viaje, inolvidable, diferente y original. Todos volvimos encantados, bueno…hubo una pareja que quizá no entendió el concepto del viaje y se quejaba de que en la primera parte del viaje no hubiéramos tenido baños con jacuzzi y duchas de hidromasaje en lugar de una bolsa colgada de un árbol y una cuerda como ducha… pero quizá porque no entendieron totalmente la filosofía del viaje. Pero aparte de eso todos estuvimos encantados. El coste fue como casi todos estos tipos de viajes, unos 3.000 euros por persona, que alguno podrá decir que es lo que pagan por estar en hoteles de lujo pero tampoco tuvieron la originalidad que tuvimos nosotros de convivir con auténticos masais (los que hacen las representaciones en los hoteles a veces son hasta los propios empleados), la logística de tener que mover los camiones de avituallamiento todos los días que tenían que ir a comprar la comida y bebida y cocinarla en medio de la sabana, y que narices… sólo por el safari nocturno yo ya habría pagado ese dinero, como dice el anuncio de VISA… hay cosas que no tienen precio.
Espero que os haya interesado este rollo que os he contado. Transmitir las impresiones, los olores, el estar viendo el atardecer en una montaña sagrada con los masais cantando sus ritmos acompasados, los ruidos por la noche sentados tomando una copa junto a la chimenea, o el sentirse un aprendiz de guerrero de la sabana… no son fáciles de describir con palabras, así que os animo a todos los que tengáis ganas de realizar este viaje que ahorréis y en cuanto podáis lo hagáis, es una experiencia única en la vida. El como viajar, como os guste más, más organizado o más salvaje, toda opción es magnífica. Yo sólo puedo agradecer a Turimagia que me ofreciera esta opción que encajaba a la perfección con mi idea de un viaje de aventura y relax, y se que también ofrecen el viaje que suele contratar la mayoría de la gente. Además, de este gran viaje el detalle de no ponernos problema alguno en cambiar de hotel, basado en nuestra palabra frente al director del hotel (imagino que quizá engañando a los dueños se quería meter el dinero en el bolsillo), fue la puntilla que me ha hecho no poder hablar más que bondades de la profesionalidad de esta empresa, y me convenció de que muchos de mis viajes semi-organizados seguiré haciéndolos con ellos. Muchas gracias por todo.
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Relato de un viaje a Kenia. |