Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
El 9 de Julio de 2007 llegamos a Nairobi, vía Bruselas. Nuestro hotel,
el Safari Club, tiene la ventaja de estar a un paseo del centro de la
ciudad. Por lo demás, no tiene nada de destacable. Nada más llegar al
hotel se nos hizo patente que el tiempo en África no tiene el mismo
valor que en Europa: nos lo hicieron comprender los empleados del hotel,
que tardaron una eternidad en hacer unas fotocopias y en servirnos algo
de cenar en la cafetería.
Amboseli y los masais
Al día siguiente partimos hacia el Parque Nacional de Amboseli, por
carreteras llenas de baches. Este parque está junto a la frontera con
Tanzania, y uno de sus atractivos es el de estar dominado por la cumbre
eternamente nevada del Kilimanjaro. Pero cuando llegamos a nuestro lodge, el techo de África estaba oculto por
la niebla. Después de comer emprendimos nuestro primer safari,
en una furgoneta adaptada con techo practicable. Los asientos resultaban
duros, y esa noche íbamos a acabar con las posaderas doloridas, pero hicimos un
magnífico recorrido en el que pudimos observar jirafas, cebras, ñúes, gacelas, elefantes, avestruces... Visitamos
también un asentamiento masai, previo pago de 30 dólares por
cabeza. Por ese módico precio, el jefe masai nos comentó, en un
correctísimo inglés, algunas de las costumbres de su pueblo, y nos
permitió entrar en una de las cabañas del poblado y tomar todas las
fotografías que quisimos. Luego, nos llevaron al mercadillo que montan
para los turistas (las mujeres, sentadas en el suelo detrás de sus
mercancías; los hombres, llamando nuestra atención para atraernos hacia
los puestos y apartando, de cara al
regateo final, todo aquello por lo que mostrábamos interés). Yo
no había recorrido aún la mitad de los puestos cuando me cansé del juego
y dije que ya no quería mirar más. Inmediatamente me rodearon varios
hombres y el jefe me pidió que hiciera una oferta por los tres objetos
que me habían apartado, dos hipopótamos (de ébano, según él) y una taza
de madera pintada. Dije que no me interesaban. Entonces el jefe, con su
bastón (el simple palo que siempre llevan en la mano los masais varones)
escribió una cifra en el suelo de tierra: 90. Noventa euros por las tres
cosas. Yo me reí e hice ademán de marcharme. El jefe me puso en la mano
su bastón y me indicó que escribiera mi oferta. No quise ofenderle
haciendo una oferta demasiado baja (está claro que mi habilidad para el
regateo deja mucho que desear) y escribí un 2 y un 0. Veinte. La suerte
estaba echada: poco tiempo después habíamos cerrado el trato a un precio
de 35 euros.
El día 11 iniciamos el safari muy temprano. Había
despejado la niebla, y pudimos contemplar el Kilimanjaro a la luz del amanecer.
Llevábamos media hora recorriendo la sabana cuando vimos una pareja de
leones que se acercaron a nuestro coche, se sentaron un momento a su sombra y
luego continuaron tranquilamente su camino.
Tanzania y el Parque Nacional de Tarangire
Saliendo del Parque de Amboseli, proseguimos viaje hacia Namanga, lugar
donde se encuentra el paso fronterizo más transitado entre Kenia y
Tanzania. Después de los correspondientes trámites y el pago del visado
de entrada (50$ por cabeza) cambiamos de vehículo y entramos en
Tanzania. Comimos en Arusha y continuamos hacia el Parque Nacional de
Tarangire. Ya en el parque y camino del lodge pudimos
contemplar desde el coche, que era un Land Rover adaptado, un hermoso atardecer africano.
En la mañana del 12 hicimos un safari por el Parque Nacional de
Tarangire, caracterizado por la abundancia de baobabs y por su
importante población de elefantes. Otra cosa que llama la atención en Tarangire son los gigantescos termiteros que pueden verse por todas
partes.
El mítico Serengeti
Luego nos encaminamos hacia el Serengeti, considerado como uno de los
mayores santuarios faunísticos del planeta.
Para ir desde Tarangire al Serengeti hay que pasar por las alturas del
cráter del Ngorongoro. Con la aparición de las cuestas empezaron
nuestros problemas con el coche, que se calentaba y nos obligaba a parar
cada dos por tres para echarle agua. Después de cada parada, el guía nos
decía: "Hakuna matata (ningún problema), todo está
solucionado". Pero poco después había que detenerse de nuevo. De este
modo atravesamos el frondoso bosque que rodea el cráter y continuamos
hacia las "llanuras sin fin" (ese es el significado de Serengeti en la lengua masai).
Cuando llegamos al lodge, situado en el interior del parque,
tuvimos unas palabras acerca del coche con el guía, que se cerraba en
banda argumentando que, como estábamos en temporada alta, su empresa no
disponía de ningún vehículo para sustituirnos el Land Rover averiado.
Después de una bonita discusión en el vestíbulo del lodge y de
alguna llamada telefónica íbamos a conseguir que al día siguiente nos
cambiaran el coche, aunque con eso no terminarían nuestros problemas,
como más adelante se verá.
El día siguiente lo dedicamos a recorrer el Serengeti, o, mejor dicho,
algunas zonas del mismo no demasiado alejadas de nuestro o demasiado alejadas de nuestro lodge (que
estaba en Seronera, la zona central de parque). En esta época del año
tiene lugar la gran migración de centenares de miles de
ñúes, cebras y gacelas desde el Serengeti al Masai Mara, en Kenia. El
guía nos había dicho que en ese momento, la migración estaba al norte
del parque (demasiado lejos para que pudiéramos verla). Sin embargo,
alcanzamos a ver una parte de ella, una gran concentración de ñúes y cebras que acudían en grupo a beber al río con mucha cautela por la
presencia de cocodrilos y, de repente,
al menor movimiento de éstos, salían del agua a todo correr. La escena se repetía una y otra vez. Y
tenía banda sonora, en la que destacaban los gritos de las cebras,
semejantes a ladridos, y el chapoteo producido cuando salían del
agua. El día era magnífico, estábamos a pocos metros de distancia y a
nuestro alrededor
había también otros animales (gacelas, elefantes, hipopótamos...). Comprenderéis
que me falten adjetivos para calificar la escena.
Como antes dije, el Serengeti es una inmensa llanura. En medio de la
planicie, se alzan islas de rocas llamadas kopjes, que sirven
de refugio a leopardos y leones. En uno de estos kopjes pudimos
ver pinturas rupestres realizadas por los masai (hoy día en el
parque no hay masais, ya que han sido obligados a desplazarse a
la zona del Ngorongoro). Y, por supuesto, vimos gran número de
herbívoros y también carnívoros, entre los que hay que contar varios leones. Durante un rato, por cierto, estuvimos esperando el desenlace de
un episodio de caza: dos leones jóvenes acechaban, escondidos entre la
hierba alta, a un grupo de cebras, totalmente ajenas al peligro que
corrían. Finalmente, uno de los leones atacó a las cebras, pero éstas se
quitaron de en medio a tal velocidad que a mí ni siguiera me dio tiempo
a pulsar el disparador de la cámara antes de que desaparecieran.
¿Me permitís una recomendación? Si tenéis ocasión, visitad el Serengeti.
La garganta de Olduvai y el cráter del Ngorongoro
En la tarde del 14 llegamos a la garganta de Olduvai u Oldupai (éste
último es el nombre original), llamada la "cuna de la Humanidad" por los
importantísimos fósiles de homínidos que en ella se han hallado.
Visitamos el museo y continuamos el camino hacia el
cráter del Ngorongoro.
Nuestro lodge estaba en el borde del cráter. Desde allí se
contempla un espectáculo grandioso: nos rodea una espesa selva tropical,
pero el interior del cráter, de entre 16 y 20 km. de diámetro, alberga
una sabana semidesértica, un gran lago y bosques de acacias repletos de
vida salvaje.
En la mañana del 15 bajamos al cráter y lo recorrimos en nuestro
vehículo. Tuvimos ocasión de contemplar, entre otros muchos animales,
pelícanos y flamencos rosas en el lago y un grupo de leones de melena
negra caminando por la sabana. Al final del safari vimos dos búfalos
enzarzados en una pelea. A cierta distancia, las hienas esperaban a que
el combate se resolviera con la muerte de uno de los contrincantes,
aunque se habían adelantado a los acontecimientos y ya habían hincado el
diente en los cuartos traseros de uno de ellos, que sangraba
abundantemente.
Un terremoto de cuatro o
cinco segundos de duración amenizó nuestro almuerzo en el bonito comedor
del Ngorongoro Sopa Lodge. Por la tarde realizamos un safari a pie: acompañados por un ranger (que cobraba 20
dólares por persona) dimos un paseo de algo más de una hora por el borde
del cráter, siguiendo la mayor parte del tiempo los senderos de los masais. El único inconveniente era que el camino estaba sembrado de
excrementos del ganado de éstos, y a veces también de elefante y de
búfalo, inconveniente agravado por la circunstancia de que, a trechos,
la senda (con todo lo que contenía) se perdía bajo la hierba, que nos
llegaba a la cintura. A medio camino llegamos al lugar en que se
encuentran las viviendas de los rangers, algunos de los cuales,
fuera de servicio, estaban en ese momento comiendo y bebiendo cerveza.
Nos hicieron pasar al interior de una vivienda, nos invitaron a
compartir su comida y nos acompañaron hasta el cercano "restaurante",
integrado por una chabola de chapa metálica (el bar) y dos chozas (la cocina y
el comedor), una a cada lado del mismo.
En el Ngorongoro Sopa Lodge, un empleado armado con un largo palo acompaña
a la clientes que, de noche, a cielo descubierto, se dirigen a sus
habitaciones. Esa noche, nuestro escolta nos dijo que había elefantes y
búfalos muy cerca. Luego, se produjo otro terremoto (aunque la verdad es
que yo, que ya estaba dormido, no me enteré hasta la mañana siguiente).
Nairobi
El 16 de julio teníamos que regresar a Nairobi, vía Arusha y Namanga. No
llevábamos todavía un gran trecho recorrido cuando nos dimos cuenta de
que al coche le fallaba la dirección. Poco después, la caja de cambios
dijo basta, y quedó claro que era imposible continuar el viaje. El guía
nos dijo que debíamos esperar dos horas hasta que llegara un nuevo
vehículo desde Arusha. De nuevo tuvimos una discusión con él, y al final
buscó una solución y pudimos reemprender la ruta habiendo esperado sólo
la mitad del tiempo inicialmente previsto.
El nuevo coche lo conducía un nuevo chófer, que tenía una
particularidad: el 90% del tiempo llevaba el volante con una sola mano.
No es que fuera manco, no: la otra mano la llevaba permanentemente
apoyada en la palanca de cambios, en el asiento o en su rodilla.
Tras comer en Arusha continuamos hasta la frontera de Namanga, y allí
cambiamos de vehículo. También de chófer, y éste, de edad algo más que
mediana, utilizaba las dos manos para conducir. Pero en el camino,
debido al retraso que llevábamos, se nos hizo de noche, y entonces nos
dimos cuenta de que veía bastante mal. Bueno, siempre era mejor que
llevar rota la dirección.
Después de atravesar un enorme y caótico embotellamiento provocado por
la caída de un contenedor en medio de la vía, lo que pudimos hacer
milagrosamente justo antes de que los vehículos que circulaban en
dirección contraria cerraran completamente el paso a los que se dirigían
a Nairobi, llegamos a la ciudad y nos dirigimos al famoso restaurante Carnivore, en el que cenamos. Esa noche no había en el menú
ninguna carne exótica, a no ser que consideremos así al avestruz.
Comimos pollo, vacuno y cordero a la parrilla, acompañados de ensaladas,
salsas y buena cerveza keniana, en un ambiente elegante y agradable.
El día 17 lo dedicamos a recorrer Nairobi: el City Market, la mezquita Jamia (sólo se ve por fuera) el Masai Market (un
fiasco: allí no había ni un masai; se trata simplemente de un
abigarrado mercadillo en el que los extranjeros son acosados sin tregua
por vendedores y pedigüeños), el Kenyatta Conference Centre,
los parques... Comimos en la terraza del Hilton (para ello tuvimos que
pasar controles de seguridad más estrictos que los de un aeropuerto,
incluyendo scanner a la entrada, vigilantes de seguridad que te
acompañan por los pasillos, servicios cerrados con llave, etc.).
Esa noche tomamos el avión para regresar a casa, vía Bruselas. Pese a los
pequeños inconvenientes que tuvimos que soportar, el safari había sido
memorable (en swahili, la lengua nacional de Kenia y Tanzania, safari significa viaje).
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Relato de un viaje a Kenia y Tanzania. |