Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
Tetuán y Chauen
El 4 de diciembre de 2010, aprovechando el puente de la Constitución, viajamos por carretera hasta Algeciras; allí tomamos el ferry con destino a Ceuta, para después cruzar el paso fronterizo del Tarajal y dirigirnos a Tetuán, donde tuvimos el tiempo justo para dar un breve paseo por la medina y comer en un restaurante antes de continuar hasta Chauen. El restaurante estaba en una casa con jardín (lo que en Marruecos se llama un riad -palabra árabe que significa jardín-), y la experiencia, aunque se tratara de una comida con espectáculo para turistas, resultó agradable.
Cuando llegamos a Chauen estaba a punto de ponerse el sol (eso te pasa cuando viajas en invierno). Iniciamos nuestro recorrido por las callejuelas de la medina con luz diurna, pero pronto se nos iba a hacer de noche. La medina de Chauen no me decepcionó, aunque alguien se haya pasado tres pueblos pintándolo todo de añil (hasta los suelos de los callejones), lo que le hace perder la autenticidad que sin duda tuvo algún día. Ciertamente, uno tiene la impresión de estar paseando por un decorado preparado para los turistas. Pero es un decorado por el que gusta caminar, subiendo y bajando cuestas y escaleras. Aunque sea en una noche de invierno.
El hotel Atlas, en el que nos alojamos, es un 3*** muy justito y no muy limpio. Nada que ver con los preciosos hoteles que hay en la medina de Chauen, abiertos en casas tradicionales, en alguno de los cuales tuvimos ocasión de entrar durante nuestro paseo nocturno. Lo único bueno del hotel Atlas son las vistas, ya que está situado por encima de la medina. Por la noche sólo veíamos luces, pero a la mañana siguiente íbamos a disfrutar de un bonito panorama de Chauen visto desde las alturas. Con el teleobjetivo, pude incluso fotografiar desde allí la kasbah, que no habíamos podido visitar el día anterior.
Volubilis, Mulay Idris y Mequinez (Meknes)
En la mañana del 5 de diciembre visitamos los restos de la ciudad romana de Volubilis, situada en un bonito emplazamiento (aunque no sé si diría lo mismo si la hubiera visitado bajo el sol de agosto). Interesante, pero no imprescindible: las columnas del templo de Júpiter, el arco de triunfo de Caracalla, algunos mosaicos (aunque no comparables a los que pueden verse en otros lugares)...
Enfrente de Volubilis, encaramada sobre una roca, está la ciudad santa de Mulay Idris, que alberga el mausoleo de Idrís I, fundador de la dinastía idrísida. Este personaje, descendiente directo de Mahoma, llegó a Marruecos en el último tramo del siglo VIII huyendo del califa Harun al-Rashid y se refugió en la comarca de Volubilis. Desde allí se lanzó a la conquista de los territorios próximos, logrando la unificación de la mayor parte de las tribus bereberes y convirtiéndolas al Islam.
Mulay Idris es un pueblo de calles empinadas, con mucho sabor. Desde las zonas más elevadas se pueden contemplar bonitas panorámicas. Abajo, con tejados verdes, está el santuario, lugar de peregrinación para los marroquíes y terreno vedado para los no musulmanes.
La ciudad imperial de Mequinez (Meknes) es una ciudad monumental y amurallada, como lo suelen ser las medinas en Marruecos. En ella visitamos, aún con luz diurna, el grandioso conjunto formado por el granero y las caballerizas reales (éstas un tanto abandonadas, con basura y malas hierbas por doquier). Luego nos dirigimos al Mausoleo de Mulay Ismail, en el que, como excepción en el país, sí pueden entrar los viajeros; aunque, por supuesto, dejando el calzado fuera. Cuando salimos ya anochecía. Con las últimas luces del día, vimos la famosa puerta llamada Bab Mansour (valga la redundancia, porque bab, como es bien sabido, significa puerta), de la que dicen que es la más grande de Marruecos, y pudimos dar un paseo por la plaza el-Hedim, la gran plaza frente a Bab el-Mansour que es una versión reducida (muy, muy reducida, no nos llamemos a engaño) de la Yemaa el-Fna de Marrakech.
Fez
El día 5 dormimos en el hotel Mounia de Fez, un 3*** de habitaciones pequeñísimas en las que no se tiene acceso a Internet, y cuyo único ascensor, de reducidísimas dimensiones (sólo caben en él tres personas), tiene paredes interiores metálicas, supongo que para terminar de darle el look de lata de sardinas. El Mounia está en la ciudad nueva, a una distancia razonable de Fez el-Jedid (la nueva medina, junto a la que están el Mellah -el barrio judío- y el palacio real).
El día 6 lo dedicamos a recorrer Fez. Hicimos una parada en Fez el-Jedid para fotografiar la puerta del palacio y continuamos hacia Fez el-Bali (la medina medieval). El guía local nos llevó de un lado a otro por la medina, haciéndonos parar en mil y una tiendas para turistas (íbamos en un viaje organizado, así que no hubo forma de evitarlo). Entre las tiendas que visitamos no podían faltar ni la de alfombras ni la farmacia, en la que, después de la consabida explicación, te venden (te pretenden vender, para ser exactos) hierbas medicinales, para tratamientos de belleza o para cocinar. Entre tienda y tienda, tuvimos ocasión de visitar la medersa Bouanania, ver cientos de callejuelas, varias fuentes, un caravasar y, desde fuera, algunas mezquitas y la universidad
islámica de El-Qaraouiyyîn, que data del siglo IX. Finalmente, estuvimos en una curtiduría (o tenería), en la que, con una rama de hierbabuena en la nariz para engañar el olfato (el que no haya estado en una puede hacerse una idea de cómo huele allí si multiplica por mil el olor de un bolso de piel marroquí), tuvimos ocasión de ver, desde una terraza, cómo los trabajadores manipulaban las pieles en las cubetas de los tintes. La rama de hierbabuena, por cierto, era de serie: se la daban a todo el mundo a la entrada de la tenería.
Por la tarde tuvimos ocasión de contemplar una panorámica de Fez desde un mirador. A la vuelta pedimos que nos dejaran en Fez el-Jedid para ver el Mellah, cosa que no habíamos podido hacer por la mañana. Atardecía mientras caminábamos por el antiguo barrio judío, así que no pudimos ver la sinagoga ni el cementerio: sólo las calles del barrio, cuyas casas, al contrario que las de los barrios musulmanes, tienen balcones que dan a la calle. Este barrio, por cierto, es el primero al que se dió el nombre de Mellah (que significa zona salina), nombre que luego se extendió a todos los ghettos de Marruecos. Más tarde nos detuvimos un rato en la enorme (y, a esa hora, totalmente vacía) plaza de los Alauitas, frente al palacio real de Fez. Ya era noche cerrada. Volvimos al hotel caminando y cenamos en una pizzería en la que sirven alcohol.
Assilah y Tánger
El día 7 tomamos el camino de la costa atlántica, hasta llegar a Assilah. Tuvimos ocasión de recorrer tranquilamente la medina amurallada de esta pequeña y tranquila ciudad, foco de atracción para nacionales y extranjeros, que han construido en ella segundas (o primeras) residencias. La muralla de Assilah, por cierto, es portuguesa, como la gran torre cuadrada que domina la ciudad. En la medina hay casas nuevas y casas rehabilitadas, y muchas paredes están decoradas con murales. Y, junto al mar, hay un antiguo cementerio musulmán, con tumbas de cerámica multicolor.
Muchos de los restaurantes de Assilah tienen nombres españoles, herencia de la época del protectorado. Comimos en Casa Pepe, un restaurante de pescado agradable, aunque con demasiadas mesas apiñadas en el pequeño espacio de que dispone. El pescado era fresco y el precio razonable, incluso para Marruecos. Pero se nos ocurrió pedir un pinchito como entrante, y la carne estaba muy, muy pasada (por no emplear un adjetivo más contundente). Lo retiraron y, por supuesto, no nos lo cobraron, aunque no sin antes haber argumentado que el sabor que tenía la carne se debía a que era cordero... En fin, nada de qué asombrarse, porque ahora mismo no recuerdo ningún sitio, en ningún lugar del mundo, en el que me hayan reconocido que el plato que me habían servido estuviera en mal estado.
Al llegar a Tánger fuimos al Hafa, un famoso café situado en un punto elevado cuyas terrazas escalonadas son un excelente mirador sobre el océano. Ya había anochecido, por lo que no podía verse la costa española. De vez en cuando, el Hafa se iluminaba bajo la luz de un relámpago. En las terrazas, docenas de nativos tomaban té. Algunos charlaban, otros jugaban al parchís. En una sala cubierta que hay en la parte alta del café, un grupo de hombres de edad mediana cantaba y tocaba instrumentos musicales. En esa zona olía a hachís, aunque no localicé la procedencia del olor.
En Tánger nos quedamos en el Intercontinental, un viejo 4**** en el que yo ya me había alojado en 1984. Al menos éste tiene wifi gratuito en las habitaciones.
El día 8 fuimos al cabo Espartel, desde el que se tiene una bonita panorámica de la zona del estrecho, y a la gruta de Hércules, que, desde mi punto de vista, carece de interés. Luego visitamos la medina de Tánger, de interés muy relativo. Desde el llamado Zoco Chico y después de habernos librado del guía, subimos hasta la kasbah, la parte más elevada de la medina, situada al norte, sobre el océano. Allí, al salir al exterior de la muralla, que está abandonada y a punto de caerse, te encuentras sobre el acantilado, en un espacio lleno de basura que, sin embargo, permite contemplar un magnífico panorama del puerto de Tánger, el estrecho de Gibraltar y la costa española.
Al regresar, en la puerta de la kasbah topamos con uno de esos falsos guías, tan comunes en Marruecos, que resultó ser infatigable. Aunque le habíamos dejado claro que no queríamos su compañía, intentó que le siguiéramos por una callejuela que iba en dirección opuesta a la que nos interesaba (¿para llevarnos a alguna tienda?) y luego nos siguió él a nosotros por toda la medina durante un buen rato, dándonos intermitentemente la tabarra. Tardó en darse por vencido, aunque al final tuvo que hacerlo (¡qué remedio!).
Luego, de nuevo en el Zoco Chico, tomamos algo (no una cerveza, porque no sirven alcohol) en la terraza del famoso Café Central, y curioseamos en el mercado cercano (mujeres vestidas con los coloristas trajes bereberes ofreciendo sus productos, gallinas vivas...), para acabar comiendo en un moderno establecimiento (café, restaurante, heladería y pastelería) situado frente al mar.
Y después de comer emprendimos el regreso a la península vía Ceuta.
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Relato de un viaje a Marruecos. |