Por FRANCISCO LOZANO ALCOBENDAS
24 de febrero de 2007. El avión Atenas-Rodas es como un
autobús de pueblo. Lo primero que llama la atención es que muchos
pasajeros se conocen, se saludan y charlan entre ellos. Cuando el avión
está casi lleno, los viajeros empiezan a cambiar de asiento,
acomodándose a su gusto en los sitios libres. Luego llegan los que
deberían ocupar esos asientos, y no les queda más remedio que sentarse
en los que han quedado desocupados. Nadie se queja.
Una vez en el aeropuerto de Rodas, recogemos nuestro coche de alquiler y
buscamos nuestro hotel, el Mediterranean, que está situado en el extremo
norte de la ciudad (y de la isla). Es un hotel muy correcto, y su nivel
de ocupación es bajo en esta época del año, lo que siempre se agradece.
Es de noche y no vemos la costa turca, aunque sabemos que está ahí
enfrente, a 15 km. de nuestra terraza.
Salimos a cenar. Es sábado y hace una temperatura muy agradable. Los
precios son caros, cosa que ya nos esperábamos. Nos choca que los
griegos sigan fumando mucho, muchísimo, y que se fume en todas partes.
Aquí no hay espacios sin humo.
25 de febrero de 2007. Después de tomar el
desayuno en el hotel, caminamos al borde del mar hacia la ciudad
vieja amurallada. Dejamos atrás el casino, y vemos a nuestra derecha un
antiguo edificio deteriorado, que parece... ¡sí, es una mezquita! En
efecto, se trata de la mezquita de Murad Reis. La
puerta de acceso al recinto está abierta, porque hay unos hombres
trabajando en su interior, así que nos colamos y vemos de cerca el
cementerio musulmán que rodea la mezquita (elegantes estelas con
turbante para los hombres y sin él para las mujeres; poco que ver con
esos cementerios de Marruecos en que la
situación de los cadáveres se señala con piedras puestas en pie).
Un poco más adelante está Mandraki, el antiguo puerto
en el que, según la tradición, se encontraba el Coloso de Rodas.
Hoy en día, la entrada al puerto está defendida por la torre de San
Nicolás, levantada en el siglo XV al final del malecón, y a la entrada
del puerto pueden verse dos columnas coronadas por un gamo macho y otro
hembra, herencia de la dominación italiana. Nosotros estamos impacientes
por entrar en la ciudad vieja, y seguimos caminando. Bordeamos las
murallas hasta llegar a la puerta más cercana y, al entrar en la
ciudadela, nos encontramos con la iglesia de Santa María,
antigua catedral de los Caballeros de Rodas (los
Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén se instalaron en Rodas
cuando los turcos les obligaron a abandonar Palestina; permanecieron en
la isla más de dos siglos, hasta que fueron expulsados también de allí).
La iglesia fue más tarde convertida en mezquita por los turcos. Enfrente
se levanta el Hospital de los Caballeros, convertido
hoy en Museo Arqueológico. El Hospital es un imponente edificio del
siglo XV. En las antiguas celdas, cada una con su chimenea, se exhiben
las piezas del museo. La Gran Sala de los Enfermos es impresionante.
Cuando salimos del Hospital, recorremos la calle de los
Caballeros, que parece anclada en la Edad Media. En ella,
además de las famosas posadas en las que residían los
caballeros agrupados por lenguas (hay una posada de
Francia, una de Italia, una de España, etc.), hay una mansión otomana en
restauración, con una preciosa fuente en el jardín. Al final de la calle
está el Palacio del Gran Maestre, que tiene muy buen
aspecto. Y es que no es tan viejo como debería, puesto que fue destruido
por una explosión en el siglo XIX y reconstruido por los italianos en el
XX.
Después de visitar el palacio, continuamos el camino hasta la mezquita de Solimán, cerrada para su restauración. Así pues,
hemos entrado en el barrio turco. Desde los siglos XIV y XV, la época de
los Caballeros, atravesando los arreglos italianos del siglo
XX, pasamos a los siglos intermedios de dominación otomana. Recorremos
diversas callejuelas, pasamos por delante de los baños turcos y de la
mezquita de Mustafá, y desembocamos en la calle Sokratous,
que fue la arteria principal del bazar. Esta calle, la más conocida de
Rodas si exceptuamos la calle de los Caballeros, es la más animada de la
ciudad vieja. Sigue estando, como en la época turca, repleta de
establecimientos comerciales, y ofrece una magnífica perspectiva,
coronada por la mezquita de Solimán. Calle abajo, llegamos a la plaza Ipokratous, donde se encuentra la lonja de los
Mercaderes. En el centro de la plaza hay una fuente turca en la que se
posan las palomas.
Comemos en la plaza, en la terraza de un restaurante, con unas vistas maravillosas. Luego continuamos calle abajo hasta la plaza que daba
acceso al barrio judío, y salimos de la ciudad junto con los cientos de
cruceristas que tienen que embarcar a esa hora en el enorme buque que
les espera en el muelle. Al marcharse los cruceristas, la ciudad vieja
queda completamente vacía, y la mayor parte de los establecimientos
echan el cierre. Cosas de la temporada baja. Tomamos café en la cantina
del puerto. Luego seguimos explorando la ciudad, acompañados por un
perro vagabundo.
26 de febrero de 2007. Dedicamos el día a recorrer la
isla en coche. Nuestro plan es bajar por la vertiente este y subir por
la oeste. Paramos brevemente en el balneario de Kalithea,
utilizado desde la antigüedad, y continuamos hacia Lindos. La costa está
destrozada por el auge del turismo de sol y playa. En este sentido, me
recuerda a la costa mediterránea española, pero aquí se construye con
peor gusto (con el pésimo gusto con el que se construía en España hace
veinte o treinta años).
Lindos es un precioso pueblo de trazado medieval, que
trepa por la falda de la montaña en cuya cima está la ciudadela.
En el interior de ésta pueden verse los restos de la acrópolis.
La estrechez de las calles impide la circulación de automóviles, aunque
sí circulan por el pueblo motos, quads y motocarros. Las casas,
encaladas y de techo plano (de lejos recuerdan, en cierta medida, las de
las Alpujarras), tienen varios siglos de existencia, lo que se pone de
manifiesto cuando, al acercarnos, vemos sus portadas de piedra
blasonadas. Las calles más comerciales están protegidas del sol por
saledizos y emparrados. Se acerca la temporada turística, y la mayoría
de los establecimientos están en obras (sólo uno de los muchos
restaurantes del pueblo está abierto). Los lunes no puede visitarse la
ciudadela, y hoy es lunes. A pesar de ello, trepamos hasta la cima para
contemplar el panorama. Merece la pena.
Continuamos hacia el sur. Más adelante, abandonamos la carretera
principal para llegar a Asklipios, un pueblo de montaña
con casas de techo plano que, de nuevo, nos recuerda los pueblos de las
Alpujarras. El pueblo conserva los restos de un castillo y una pequeña
iglesia bizantina.
Volvemos a la vía principal y, algo más al sur, tomamos la carretera que
cruza la isla hasta su vertiente Oeste. El interior está conservado, y
también la parte sur de la isla. Llegamos a Monolithos,
pueblo que debe su nombre al enorme peñasco en cuya cima se levantó el
castillo del mismo nombre. Subimos a pie a las ruinas del castillo. La
subida es corta y, sorprendentemente, no resulta dura. Desde allí, las
vistas de la costa son magníficas.
Anochece mientras subimos hacia Rodas por la vertiente este, que, por el
momento, no ha sufrido en exceso las agresiones del turismo.
27 de febrero de 2007. Vamos en coche hasta el extremo
del malecón de Mandraki, donde está la torre de San Nicolás. Junto a la
torre viven decenas de gatos, alimentados por la gente. Desde este
punto, más allá de los yates amarrados en los muelles, se ven las
murallas de la ciudad vieja y, asomando por encima de ellas, la
imponente mole del Palacio del Gran Maestre. A la derecha, más cerca,
justo detrás de las columnas que flanquean la entrada al puerto, tenemos
las construcciones de la época italiana: en primera línea, el hermoso
edificio de la Nomarhía, antigua residencia del gobernador. Rodas tiene,
desde aquí, un aspecto realmente magnífico.
Luego subimos a la Acrópolis. Los italianos se pasaron de rosca
reconstruyendo, pero en este momento hace sol, la temperatura es muy
agradable, y se está muy bien allí. Un consejo: si viajas a Rodas en
verano, hace calor y no dispones de coche... no te preocupes, puedes
prescindir de la visita a la Acrópolis.
Bajamos a la ciudad vieja. Está totalmente muerta (hoy no ha atracado
ningún crucero en el puerto). Buscamos un sitio para comer. Cuando
salimos del restaurante está lloviendo. Recorremos bajo la lluvia las
viejas calles vacías hasta llegar al coche, aparcado al pie de la
muralla.
Más tarde, ya de noche, volvemos a la ciudad vieja, que nos atrae como
un imán, y recorremos de nuevo sus calles vacías, oscuras y frías. Es
nuestra despedida, porque mañana tomaremos el avión de regreso.
Caminando de noche por la calle de los Caballeros, sin un alma a la
vista, al viajero le parece haber realizado un viaje en el tiempo.
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Relato de un viaje a Rodas (Grecia). |